Somos un grupo de laic@s hermanad@s en la Fe Cristiana.

Nos convocó inicialmente la insolente provocación del ex dictador Jorge Videla al reivindicar los crímenes aberrantes del terrorismo de estado, reconocer la complicidad o indiferencia de integrantes de la jerarquía eclesiástica y hacer público su libre acceso al sacramento de la Eucaristía.

Hicimos nuestro firme reclamo a la Conferencia Episcopal y manifestamos nuestra frustración frente a una respuesta que consideramos insuficiente.

Aguardamos aún que se ponga en marcha un nuevo compromiso con la verdad y se enfrente con decisión una cuestión que, por formar parte de su propia historia, es una deuda que reclama una pronta y completa superación. La continuidad del silencio afecta la credibilidad pastoral en el pueblo de Dios.

A partir de entonces hemos decidido darle continuidad a nuestra vocación y compromiso, como modestos protagonistas del proceso de transformación de nuestra Iglesia, recordando cada día los valores evangélicos y esperanzados en el liderazgo del papa Francisco, imploramos la asistencia de Nuestra Señora de Luján, madre y mediadora ante Cristo nuestra Esperanza.

lunes, 26 de mayo de 2014

Página 12 – 13 de mayo de 2014
La violencia de no saber leer
Por Mons. Víctor Manuel Fernández *
La semana pasada, los obispos argentinos quisimos hacer un llamado a la reflexión acerca de la violencia. En un largo debate entre nosotros, terminamos coincidiendo en la necesidad de encarar el tema de una manera amplia, evitando un acento excesivo en la inseguridad. La idea que predominó fue la de la violencia en toda la sociedad, de manera que cada uno se sintiera interpelado en lugar de entretenerse culpando a otros: “No nos ayuda culpar a los demás”, dice el texto.
Por eso esta declaración, confeccionada con aportes de toda la asamblea de obispos argentinos, rechaza la “justicia por mano propia”, defiende a los pobres de la acusación de violentos, cuestiona “la insultante ostentación de riqueza” de otros y la “tendencia al individualismo y egoísmo”. También habla del maltrato a los presos, de “las crisis de la familia” y de los “episodios de violencia escolar”, menciona que los medios “no siempre informan con objetividad y respeto”, etcétera.
Por supuesto que, en un texto sobre la violencia en la sociedad, es indispensable mencionar también los episodios de inseguridad que afectan a mucha gente, o la corrupción y la lentitud de la Justicia. No hacerlo sería una forma de ceguera. Pero la intencionalidad del texto está expresada en esta frase: “Cada uno está llamado a sanar sus propias violencias”. Se trata de una enfermedad social que procede de “nuestra violencia más profunda”. Por eso, el objetivo era invitar a construir la paz entre todos: “Felices los que trabajan por la paz”.
Lamentablemente, la sana intención de este mensaje, que ofrece una propuesta educativa y autoeducativa, no fue acogida simplemente porque no se lo leyó completo. El día antes de la publicación de este documento, en la versión electrónica de un diario se anunciaba torpemente que los obispos iban a enfrentar al Gobierno por el tema de la inseguridad. Con esa clave falsa de lectura, al día siguiente todos mutilaron el documento. Paradójicamente, también algunas personas oficialistas utilizaron esa misma clave de lectura que les ofreció un medio opositor, sin detenerse a leer y a sopesar el conjunto del texto de los obispos, y entraron ingenuamente en el juego.
Creo que una de las peores formas de la violencia actual es la de no escucharnos unos a otros, interpretándonos muchas veces a través de la hermenéutica sesgada de los medios. Esta es una señal más de la degradación cultural de los sectores medios y profesionales.
* Arzobispo rector de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA).

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"Felices los que trabajan por la paz"
1. Como pastores del pueblo de Dios -del que provenimos y al que queremos servir- nos dirigimos a todos los miembros de la Iglesia y a los hombres y mujeres de buena voluntad, para compartir nuestra mirada sobre un aspecto inquietante de la realidad nacional. Constatamos con dolor y preocupación que la Argentina está enferma de violencia. Algunos de los síntomas son evidentes, otros más sutiles, pero de una forma o de otra todos nos sentimos afectados. Queremos detenernos a reflexionar sobre este drama porque creemos que el amor vence al odio y que nuestro pueblo anhela la paz.
2. Son numerosas las formas de violencia que la sociedad padece a diario. Muchos viven con miedo al entrar o salir de casa, o temen dejarla sola, o están intranquilos esperando el regreso de los hijos de estudiar o trabajar. Los hechos delictivos no solamente han aumentado en cantidad sino también en agresividad. Una violencia cada vez más feroz y despiadada provoca lesiones graves y llega en muchos casos al homicidio. Es evidente la incidencia de la droga en algunas conductas violentas y en el descontrol de los que delinquen, en quienes se percibe escasa y casi nula valoración de la vida propia y ajena. La reiteración de estas situaciones alimenta en la población el enojo y la indignación, que de ninguna manera justifican respuestas de venganza o de la mal llamada “justicia por mano propia”. La creciente ola de delitos ha ganado espacio en los diversos medios de comunicación, que no siempre informan con objetividad y respeto a la privacidad y al dolor. Con frecuencia en nuestro país se promueve una dialéctica que alienta las divisiones y la agresividad.
3. No se puede responsabilizar y estigmatizar a los pobres por ser tales. Ellos sufren de manera particular la violencia y son víctimas de robos y asesinatos, aunque no aparezcan de modo destacado en las noticias. Conviene ampliar la mirada y reconocer que también son violencia las situaciones de exclusión social, de privación de oportunidades, de hambre y de marginación, de precariedad laboral, de empobrecimiento estructural de muchos, que contrasta con la insultante ostentación de riqueza de parte de otros. A estos escenarios violentos corremos el riesgo de habituarnos sin que nos duela el sufrimiento de los hermanos. Todo lo que atenta contra la dignidad de la vida humana es violación al proyecto de amor de Dios: la desnutrición infantil, gente durmiendo en la calle, hacinamiento y abuso, violencia doméstica, abandono del sistema educativo, peleas entre “barrabravas” a veces ligadas a dirigentes políticos y sociales, niños limpiando parabrisas de los autos, migrantes no acogidos e, incluso, la destrucción de la naturaleza. Hemos endurecido el corazón incorporando estas desgracias como parte de la normalidad de la vida social, acostumbrándonos a la injusticia y relativizando el bien y el mal. Es creciente la tendencia al individualismo y egoísmo, de los cuales despertamos sobresaltados cuando el delito nos afecta o toca cerca. El Papa Francisco señala que “se ha desarrollado una globalización de la indiferencia...” (Evangelii Gaudium 54).
4. Pero no nos ayuda culpar a los demás. Para lograr una sociedad en paz cada uno está llamado a sanar sus propias violencias. Es necesario reconocer las diversas crisis por las que atraviesa la familia, que es la primera escuela de paz. En ella aprendemos la buena noticia del amor humano y la alegría de convivir. Muchos niños y adolescentes crecen solos y en la calle provocando el debilitamiento de los vínculos sociales. Esto también repercute en la escuela. Episodios de violencia escolar se desarrollan ante la mirada pasiva de algunos hasta que es demasiado tarde. Muchos jóvenes ni estudian ni trabajan, quedando expuestos a diversas formas de violencia.
5. La corrupción, tanto pública como privada, es un verdadero “cáncer social” (EG 60), causante de injusticia y muerte. Desviar dineros que deberían destinarse al bien del pueblo provoca ineficiencia en servicios elementales de salud, educación, transporte. Estos delitos habitualmente prescriben o su persecución penal es abandonada, garantizando y afianzando la impunidad. Son estafas económicas y morales que corroen la confianza del pueblo en las instituciones de la República, y sientan las bases de un estilo de vida caracterizado por la falta de respeto a la ley. A ello se agregan mafias del crimen organizado sin freno dedicadas a la trata de personas para la esclavitud laboral o sexual, el tráfico de drogas y armas, los desarmaderos de autos robados, etc.
6. Para construir una sociedad saludable es imprescindible un compromiso de todos en el respeto de la ley. Desde las reglas más importantes establecidas en la Constitución Nacional, hasta las leyes de tránsito y las normas que rigen los aspectos más cotidianos de la vida. Sólo si las leyes justas son respetadas, y quienes las violan son sancionados, podremos reconstruir los lazos sociales dañados por el delito, la impunidad y la falta de ejemplaridad de quienes tenemos alguna autoridad. La obediencia a la ley es algo virtuoso y deseable, que ennoblece y dignifica a la persona. Esto vale también para los reclamos por nuestros derechos, que deben ser firmes pero pacíficos, sin amenazas ni restricciones injustas a los derechos de los demás. Frente al delito, deseamos ver jueces y fiscales que actúen con diligencia, que tengan los medios para cumplir su función, y que gocen de la independencia, la estabilidad y la tranquilidad necesarias. La lentitud de la Justicia deteriora la confianza de los ciudadanos en su eficacia. Algunos profesionales suelen utilizar de modo inescrupuloso artilugios legales para burlar o esquivar la justicia: también esto es inmoral.
7. La cárcel genera en la sociedad la falsa ilusión de encerrar el mal, pero ofrece pocos resultados. El sistema carcelario debe cumplir su función sin violar los derechos fundamentales de todos los presos, cuidando su salud, promoviendo su reeducación y recuperación. Nos duele y preocupa que casi la mitad de los presos no tenga sentencia. La mayoría de ellos son jóvenes pobres y sin posibilidades para contratar abogados que defiendan sus causas. Ningún delito justifica el maltrato o la falta de respeto a la dignidad de los detenidos. Gracias a Dios algunos cumplen la palabra de Jesús: “Estuve preso y me visitaron” (Mt 25,36).
8. Nos estamos acostumbrando a la violencia verbal, a las calumnias y a la mentira, que “socava la confianza entre los hombres y rompe el tejido de las relaciones sociales” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2486). Urge en la Argentina recuperar el compromiso con la verdad, en todas sus dimensiones. Sin ese paso estamos condenados al desencuentro y a una falsa apariencia de diálogo.
9. Estos síntomas son graves. Sin embargo, en el cuerpo de nuestra sociedad se encuentran también los recursos para afrontar el paciente camino de la recuperación. Todos estamos involucrados en primera persona. Destacamos, ante todo, el profundo anhelo de paz que sigue animando el compromiso de tantos ciudadanos. No hay aquí distinción entre creyentes y quienes no lo son. Todos estamos llamados a la tarea de educarnos para la paz.
10. Nosotros creemos que Dios es “fuente de toda razón y justicia” y que los peores males brotan del propio corazón humano. El vínculo de amor con Jesús vivo cura nuestra violencia más profunda y es el camino para avanzar en la amistad social y en la cultura del encuentro. A esto se refiere el Papa Francisco cuando nos invita a “cuidarnos unos a otros”. Jesús nos enseñó que “Dios hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos” (Mt 5, 45). No hay persona que esté fuera de su corazón. En su proyecto de amor la humanidad entera está llamada a la plenitud. No hay una vida que valga más y otras menos: la del niño y el adulto, varón o mujer, trabajador o empresario, rico o pobre. Toda vida debe ser cuidada y ayudada en su desarrollo desde la concepción hasta la muerte natural, en todas sus etapas y dimensiones. Jesús es nuestra Paz, en él encontramos Vida y Vida abundante. A Él volvemos nuestra mirada y en Él ponemos nuestra esperanza para renovar nuestro compromiso en favor de la vida, la paz y la salud integral de nuestra querida Patria. Jesús nos dice: “Felices los que trabajan por la paz…” (Mt 5,9). Muchos ya lo están haciendo. Hay destacables iniciativas en escuelas, parroquias, clubes, talleres artísticos y otras organizaciones de la sociedad. Los alentamos a seguir siendo instrumentos de paz. Exhortamos particularmente a la dirigencia a desarrollar un diálogo que genere consensos y políticas de estado para superar la situación actual.
11. La Virgen de Luján, presente en el corazón creyente de tantos argentinos y argentinas, nos anima y acompaña en nuestro empeño “…porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes…” (EG 288)

Los obispos argentinos
Pilar - 107 Asamblea plenaria

8 de mayo de 2014, Solemnidad de Nuestra Señora de Luján

domingo, 11 de mayo de 2014

CARLOS MUJICA, MÁRTIR DE LA FE Y DE SU AMOR POR LOS POBRES.

Nada ni nadie me impedirá servir a Jesucristo y a su Iglesia, luchando junto a los pobres por su liberación. Si el Señor me concede el privilegio, que no merezco, de perder la vida en esta empresa, estoy a su disposición.”
Carlos Mugica

Era ya de noche cuando el 11 de mayo de 1974, Carlos Mujica salía de la parroquia de San Francisco Solano en el barrio porteño de Villa Luro. Acababa de celebrar la eucaristía y junto con su íntimo amigo, Ricardo Capelli, pensaban dirigirse a la casa de una compañera de la villa para festejarle su cumpleaños. A las 19,40 Ricardo escuchó una frase a la que ya estaba habituado: “¡Padre Carlos!” y luego lo inesperado, lo apocalíptico: la voz de Carlos gritando “Hijo de Puta” y  más de una decena de disparos efectuados con una pistola ametralladora Ingram MAC-10. Casi todos ellos impactaron en el pecho y el abdomen del cura y algunos alcanzaron a Ricardo que también cayó al piso herido gravemente. Un par de horas más tarde CarlosMugica, perdía esta vida. Esta vida que tanto había amado y por la que tantos lo habíamos amado.
La Villa de Retiro se inundó de dolor y lágrimas, para despedir a quién dio el más grande testimonio de amor y fidelidad que puede pedírsele a un amigo, a un hermano: su propia vida. No es que Mugica buscara la muerte. Todo lo contrario. Amaba la vida porque gozaba del privilegio de haber encontrado a través de su vocación sacerdotal, la pasión de amar y ser amado por los más pobres, por los preferidos del Señor.
Carlos Mugica Echague tenía 43 años cuando fue asesinado. Había nacido en una familia de clase alta y su padre, políticoconservador, había sido además  canciller de ArturoFrondizi, el primer presidente electo con proscripción de las mayorías, luego del sangriento derrocamiento del gobierno constitucional de Juan Perón. A los 21 años, Carlosabandonó sus estudios de Derecho e ingresó al seminario.Ordenado sacerdote y luego de un breve paso por el interior, regresó a Buenos Aires donde fue designado en una de las parroquias más aristocráticas de la ciudad y secretario del cardenal Antonio Caggiano, arzobispo de Buenos Aires.
El destino de Carlos parecía dibujado. Una joya de la corona de la burocracia eclesiástica argentina, acostumbrada hasta  la adicción, al concubinato con el poder. Sin embargo la providencia hizo conocer su díscola voluntad. Poco antes del derrocamiento de Perón, Carlos había cambiado de escenario y dejado la elegante parroquia del Socorro por la popularbarriada de Santa Rosa de Lima, donde tuvo una experiencia que marcó definitivamente su camino. Él mismo la contó en una entrevista de 1972 a la revista 7 días: “El día que cayó Perón fui, como siempre al conventillo (de la calle Catamarca) y encontré escrita en la puerta esta frase: “Sin Perón no hay Patria ni Dios. Abajo los curas” Mientras tanto en el Barrio Norte se habían lanzado a tocar las campanas y yo mismo estaba contento con la caída de Perón. Esto revela la alienación en que vivía, propia de mi condición social, de la visión distorsionada de la realidad que yo tenía y también de la Iglesia en que militaba…”
A partir de entonces se profundiza la conversión de Mugica.El cristianismo es un camino de sucesivas conversiones.Gracias a su trabajo en la villa Comunicaciones de Retiro y su contacto cotidiano con la pobreza y la marginaciónencarnadas, “aprende y enseña el mensaje de Jesucristo”.Carlos no baja de su torre de cristal para domesticar a los pobres predicando la resignación frente a la injusticia que los oprime. Baja para aprender con ellos el camino evangélico de la auténtica liberación, que no es otro que el de compartir en comunión (común unión) el mensaje de amor que Cristo anuncia al decir: “Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros como yo los he amado”. Esto es, hasta dar la vida, porque: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos”.
Conviviendo con el pueblo y a la luz del evangelio, Carlos se hizo peronista. Comprendió que la redención política de la dignidad popular enajenada, no transitaba por otro camino que aquel que habían abierto Juan y Eva Perón y que habían interrumpido bombardeando y fusilando a su propio pueblo, los sirvientes uniformados del poder oligárquico. Nunca predicó la violencia aunque señaló, citando a Paulo VI que la resistencia y el uso de la fuerza eran legítimas cuando se enfrentaba a una “tiranía prolongada”. Refiriéndose a la situación argentina señaló, palabras más o menos, que si se continuaba cerrando el paso a la libre expresión de la voluntad popular, iba a ser imposible evitar que miles de jóvenes buscaran abrirlo a través de las organizaciones armadas. La historia no hizo más que darle la razón.
Finalmente hay que decir que Mugica fue muerto en democracia, estando aún vivo Perón y por la banda parapolicial Alianza Anticomunista Argentina, dirigida por López Rega, entonces ministro de Bienestar Social y secretario del Presidente de la Nación.  El terrorismo de estado daba sus primeros pasos, antes del asalto militar al poder.
A cuarenta años de su cruel asesinato, quiénes tuvimos la gracia de conocerlo y ser deudores de su ejemplo,  reivindicamos agradecidos su testimonio y su santo martirio y esperamos que Francisco desde Roma, lo recuerde de igual modo en la liturgia de este 4° Domingo de la Pascua de Resurrección. Que así sea.

HERNÁN PATIÑO MAYER
Integrante del Equipo Coordinador de Cristianos para el Tercer Milenio.