CARTA A FRANCISCO
Buenos aires 5 de setiembre de 2013.
Admirado y Estimado Francisco:
¡Paz y bien! Hace poco más de un mes me atreví a escribirle con
respeto y admiración.
Y una vez más estoy aquí, igual de atrevido, con el mismo
respeto y la misma admiración. Pero ahora con la actitud del amigo insistente
del Evangelio (Lc 11,5-12), o como la viuda fastidiosa con el juez (Lc 18,1-8),
haciendo caso de las palabras de Jesús: “Pidan y se les dará, busquen y
encontrarán, llamen y se les abrirá” (Mt 7,7). O como repetía mi abuela:
“persevera y triunfarás”.
Entiendo que su ministerio está plagado de misiones y acciones y
hay muchas cosas más urgentes que responder cartas. Entre ellas el grito por la
Paz que elevamos todos al unísono esperando sea escuchado. Pero aquella carta
que le envié se replicó por tantos lugares, y en tantos corazones se abrió una
esperanza, que no puedo dejar de pedirle una devolución de su parte.
A partir de ella llovieron infinidad de hermosos mensajes,
apoyo, agradecimiento y pedidos, algunos desesperados. Y me percaté de que hay
un universo mucho mayor de fieles creyentes (incluso sacerdotes, seminaristas,
religiosos, religiosas y laicos) que se encuentran en la búsqueda de una
respuesta que satisfaga sus inquietudes espirituales.
No le estoy pidiendo que cambie hoy las palabras del Catecismo,
no le estoy pidiendo que diluya el Evangelio, no le estoy pidiendo que no
ejerza su ministerio de ser Custodio de la Verdad.
Le pido simplemente, con humildad, que incentive, estimule, promueva y
acompañe a aquellos teólogos que se atreven a profundizar en la Teología moral
sexual acerca del lugar y la experiencia de la persona homosexual. Los
estudios, el diálogo, las discusiones, el consenso, la Verdad misma, serán
quienes decidan el tiempo y el modo de dar a luz.
Muchas personas, no sin buena voluntad, queriendo adelantarse a
su respuesta han aventurado varias afirmaciones: que el Catecismo de la Iglesia
ya tiene la visión eclesial que estoy reclamando; que no tenemos porqué pedirle
cambios a la Iglesia; que la Biblia es muy clara al respecto; que Dios se ha
manifestado en la Naturaleza.
Permítame el disenso, pero es que desde allí siguen surgiendo
más y más preguntas:
¿No es verdad lo que enseñan en el Seminario que todo Catecismo
necesita renovarse y adaptarse al contexto cultural del aquí y el ahora? ¿No
son necesarios los cambios en la Iglesia, también en lo doctrinal?
¿No es verdad que la Palabra es Viva y sigue creciendo para dar
respuesta a nuevas preguntas?
Si la Biblia es tan clara al respecto y en ningún pasaje del
Evangelio Jesús habla de la homosexualidad ¿por qué hay tantos teólogos,
incluso comunidades eclesiales, que se están animando a llegar a lecturas
despojadas de preconceptos y apoyan y aprueban el amor entre personas de un
mismo sexo?
Si decimos que la Naturaleza es rica, insondable, inabarcable y
todavía seguimos conociéndola y comprendiéndola (a través de la Ciencia, la
Religión, la Filosofía, las Artes…) ¿cómo nos animamos a afirmar que hay
pecados contra ella, si todavía no terminamos de vislumbrarla? Perdone que sea
reiterativo, y una vez más recuerde cómo le fue a Galileo con su teoría
heliocéntrica y el pasaje de Josué (Jos 10,12-14). ¿recuerda cuando los
religiosos discutían acerca de la evangelización de América Latina y decían que
“los indios perezosos no tienen alma”? La historia les pasó factura, aún cuando
en aquella época estaban tan aferrados a sus argumentos.
Preguntas y más preguntas, que buscan la Verdad que nos hace
libres. Preguntas que sólo el avance y la evolución en el conocimiento y el
amor irán respondiendo a la humanidad.
Muchos me han malinterpretado. No le pido permiso para ser
homosexual y obrar en consecuencia. Nací así, Dios me hizo así. Y aunque me
costó mucho dolor y sufrimiento reconocerlo, hoy estoy orgulloso de ese
calvario, de aquella cruz que me liberó y que me brindó la posibilidad de
decir: “Soy lo que soy”. Ya hace casi diez años que convivo junto a mi pareja,
nos amamos, tenemos proyectos en común, estamos abiertos a la Vida, y cuando
podemos, hacemos el Bien. En resumen, somos personas.
También asumo lo que “hasta ahora” me responde la Religión. Por
eso, ni comulgo ni me confieso, ni mucho menos ejerzo el Sacerdocio, aquel
sacramento que recibí de una vez y para siempre. Pero entiendo que hay muchos
hermanos míos que se animan a acceder a estos beneficios en mi misma situación.
Los respeto, los comprendo y no los juzgo. Quiero entender que la Fe mueve
montañas. O, como afirma la primera encíclica de su pontificado, “la fe es
capaz de iluminar toda la existencia del hombre”.
Por eso insisto, por la fe de muchos fieles homosexuales que
siguen profesando y queriendo abrazar su religión. Insisto y le pido que, como
el Buen Pastor, deje de lado a las 99 ovejas y salga a buscarnos. No estamos
lejos, algunos dentro del corral y otros afuera. Escuche nuestros balidos,
algunos débiles e imperceptibles, otros fuertes y prepotentes como rugidos de
león.
Cuando en su Seminario estudiaba Historia de la Iglesia ¿no
admiraba a aquellos Santos que pasaron a la Historia por romper los paradigmas
de su época? Es un desafío que hoy el mundo le pone a sus pies. Cientos de
ciudades debaten hoy los derechos homosexuales, varias de ellas con sangre
derramada y posturas encontradas. ¿Será usted quien desde la religión dé el
primer puntapié para este giro copernicano? ¿será usted quien le recuerde al
mundo que estos “nuevos indios perezosos” también tenemos alma?
Elogiable tarea la suya, encomendada por Dios, a través de sus
hermanos Cardenales que le confiaron esa misión. Para eso cuenta con la Gracia
y con la energía de miles y miles de humanos que lo acompañamos desde la
oración.
Andrés Gioeni,
otro hijo de Dios.
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