SENTIDO MENSAJE DE NUESTRO PADRE OBISPO POR SU DESIGNACIÓN COMO OBISPO DE LA RIOJA
En San Ramón de la Nueva Orán, el 9 de julio de 2013.
Queridos hermanos,
Esta mañana, simultáneamente, la Santa Sede y su nunciatura en Buenos Aires, han comunicado mi designación como obispo de La Rioja por parte del Santo Padre Francisco. No tengo muchas palabras para explicarles mis sentimientos más profundos ante este cambio que vivo en la obediencia de la fe. Simplemente deseo manifestarles cuánto los quiero y qué importantes son para mí, cuánto siento tener que dejarlos y qué difícil me resultará decirles adiós en algún tiempo, cuando deba partir. Nosotros los sacerdotes estamos llamados a la misión, y aunque seamos obispos, estamos urgidos por la disponibilidad que un día prometimos en nuestra ordenación. Así, contando con nuestra pequeñez, la Iglesia enlaza corazones y fuerzas más allá de las geografías para anunciar la presencia del Reino entre los hombres. Somos testigos de un Amor grande, el del Jesucristo, buen Pastor. “… no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús, el Señor, y nosotros no somos más que servidores de ustedes por amor de Jesús.” (2 Cor. 4,6)
Cuando llegué aquel 22 de agosto de 2009, sentí que nacía entre nosotros un vínculo fuerte, arraigado en la alegría de la Buena Noticia para esta parte de la Provincia de Salta y de la Argentina. Había tenida una intensa y apasionante experiencia de Iglesia, en mi diócesis de origen, Quilmes, Provincia de Buenos Aires. La diócesis de Orán, con su historia de servicio y compromiso con los pobres, se convertiría en mi nueva familia. Fueron muchos los modos en que Uds. ganaron rápidamente mi corazón. Por eso no me pesó lo abrupto del cambio de vida, de escenario y de personas. Venía de la ciudad, con sus desafíos y sus necesidades urgentes para toparme con yungas, cerros y montes que me conectaban con otras realidades no menos apremiantes como la necesidad de impulsar las vocaciones y los ministerios laicales, redescubrir el diaconado permanente, apreciar y fortalecer la presencia de la vida consagrada en sus distintos carismas, profundizar nuestro compromiso con la causa de los pueblos originarios y del Medio Ambiente y aportar al bien común, en un diálogo constructivo con los actores sociales y políticos, desde la Doctrina social de la Iglesia, esa bella e intensa página concreta del Evangelio.
Puse la mano en el arado, como dice el Evangelio, sostenido en la confianza de Uds. que me animaban a apacentarlos, que me demostraban su cariño y cercanía con su lenguaje cálido y sereno, lleno de esa salteñidad maravillosa, con sus cantos vibrantes y sus tonadas. He aprendido mucho del ejemplo de sus familias, comunidades originarias, comunidades parroquiales y religiosas, de esa fe sencilla, serena, sin estridencias, fecunda a la hora de compartirse en gestos afectuosos, en celebraciones y fiestas, en visitas y misiones.
Una palabra de afecto especial para los seminaristas y sacerdotes. Sé que han comprendido seriamente el significado de amar con los sentimientos de Cristo al Pueblo que Él nos confió. He aprendido de muchos de Uds., esa entrega generosa y creativa. A la vida consagrada, a sus distintas comunidades, les acerco mi gratitud más sincera. A las religiosas que estaban antes de mi llegada, por el testimonio vivo y fecundo en las
comunidades. A cuantas vinieron como nuevas presencias, inclusive de otros países, por el sí disponible y auspicioso de conocernos y llegar a nuestra diócesis para sembrar el Reino. ¡Gracias por toda la vida compartida en estos casi cuatro años desde que comencé mi servicio entre Uds.!
Voy cerrando este mensaje que brota de mi corazón de pastor, para abrazarlos y estrecharlos fuertemente, como cuando nos encontramos y saludamos en distintas ocasiones. Nos seguiremos viendo, hasta la fiesta de San Ramón, madurando el adiós para que sea un “hasta siempre”, un “hasta cada Eucaristía”, donde Jesús nos parte el pan.
Dios los bendiga y fortalezca, los haga hoy cada vez más, Iglesia de la Pascua, Iglesia de la Buena Noticia del Reino de Dios.
+Marcelo Daniel Colombo, Padre Obispo
Esta mañana, simultáneamente, la Santa Sede y su nunciatura en Buenos Aires, han comunicado mi designación como obispo de La Rioja por parte del Santo Padre Francisco. No tengo muchas palabras para explicarles mis sentimientos más profundos ante este cambio que vivo en la obediencia de la fe. Simplemente deseo manifestarles cuánto los quiero y qué importantes son para mí, cuánto siento tener que dejarlos y qué difícil me resultará decirles adiós en algún tiempo, cuando deba partir. Nosotros los sacerdotes estamos llamados a la misión, y aunque seamos obispos, estamos urgidos por la disponibilidad que un día prometimos en nuestra ordenación. Así, contando con nuestra pequeñez, la Iglesia enlaza corazones y fuerzas más allá de las geografías para anunciar la presencia del Reino entre los hombres. Somos testigos de un Amor grande, el del Jesucristo, buen Pastor. “… no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús, el Señor, y nosotros no somos más que servidores de ustedes por amor de Jesús.” (2 Cor. 4,6)
Cuando llegué aquel 22 de agosto de 2009, sentí que nacía entre nosotros un vínculo fuerte, arraigado en la alegría de la Buena Noticia para esta parte de la Provincia de Salta y de la Argentina. Había tenida una intensa y apasionante experiencia de Iglesia, en mi diócesis de origen, Quilmes, Provincia de Buenos Aires. La diócesis de Orán, con su historia de servicio y compromiso con los pobres, se convertiría en mi nueva familia. Fueron muchos los modos en que Uds. ganaron rápidamente mi corazón. Por eso no me pesó lo abrupto del cambio de vida, de escenario y de personas. Venía de la ciudad, con sus desafíos y sus necesidades urgentes para toparme con yungas, cerros y montes que me conectaban con otras realidades no menos apremiantes como la necesidad de impulsar las vocaciones y los ministerios laicales, redescubrir el diaconado permanente, apreciar y fortalecer la presencia de la vida consagrada en sus distintos carismas, profundizar nuestro compromiso con la causa de los pueblos originarios y del Medio Ambiente y aportar al bien común, en un diálogo constructivo con los actores sociales y políticos, desde la Doctrina social de la Iglesia, esa bella e intensa página concreta del Evangelio.
Puse la mano en el arado, como dice el Evangelio, sostenido en la confianza de Uds. que me animaban a apacentarlos, que me demostraban su cariño y cercanía con su lenguaje cálido y sereno, lleno de esa salteñidad maravillosa, con sus cantos vibrantes y sus tonadas. He aprendido mucho del ejemplo de sus familias, comunidades originarias, comunidades parroquiales y religiosas, de esa fe sencilla, serena, sin estridencias, fecunda a la hora de compartirse en gestos afectuosos, en celebraciones y fiestas, en visitas y misiones.
Una palabra de afecto especial para los seminaristas y sacerdotes. Sé que han comprendido seriamente el significado de amar con los sentimientos de Cristo al Pueblo que Él nos confió. He aprendido de muchos de Uds., esa entrega generosa y creativa. A la vida consagrada, a sus distintas comunidades, les acerco mi gratitud más sincera. A las religiosas que estaban antes de mi llegada, por el testimonio vivo y fecundo en las
comunidades. A cuantas vinieron como nuevas presencias, inclusive de otros países, por el sí disponible y auspicioso de conocernos y llegar a nuestra diócesis para sembrar el Reino. ¡Gracias por toda la vida compartida en estos casi cuatro años desde que comencé mi servicio entre Uds.!
Voy cerrando este mensaje que brota de mi corazón de pastor, para abrazarlos y estrecharlos fuertemente, como cuando nos encontramos y saludamos en distintas ocasiones. Nos seguiremos viendo, hasta la fiesta de San Ramón, madurando el adiós para que sea un “hasta siempre”, un “hasta cada Eucaristía”, donde Jesús nos parte el pan.
Dios los bendiga y fortalezca, los haga hoy cada vez más, Iglesia de la Pascua, Iglesia de la Buena Noticia del Reino de Dios.
+Marcelo Daniel Colombo, Padre Obispo
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