Página 12 – 13 de mayo de 2014
La violencia de no saber leer
Por Mons. Víctor Manuel Fernández *
La semana pasada, los obispos argentinos quisimos hacer un
llamado a la reflexión acerca de la violencia. En un largo debate entre
nosotros, terminamos coincidiendo en la necesidad de encarar el tema de una
manera amplia, evitando un acento excesivo en la inseguridad. La idea que
predominó fue la de la violencia en toda la sociedad, de manera que cada uno se
sintiera interpelado en lugar de entretenerse culpando a otros: “No nos ayuda
culpar a los demás”, dice el texto.
Por eso esta declaración, confeccionada con aportes de toda
la asamblea de obispos argentinos, rechaza la “justicia por mano propia”,
defiende a los pobres de la acusación de violentos, cuestiona “la insultante
ostentación de riqueza” de otros y la “tendencia al individualismo y egoísmo”. También
habla del maltrato a los presos, de “las crisis de la familia” y de los
“episodios de violencia escolar”, menciona que los medios “no siempre informan
con objetividad y respeto”, etcétera.
Por supuesto que, en un texto sobre la violencia en la sociedad,
es indispensable mencionar también los episodios de inseguridad que afectan a
mucha gente, o la corrupción y la lentitud de la Justicia. No hacerlo sería una
forma de ceguera. Pero la intencionalidad del texto está expresada en esta
frase: “Cada uno está llamado a sanar sus propias violencias”. Se trata de una
enfermedad social que procede de “nuestra violencia más profunda”. Por eso, el
objetivo era invitar a construir la paz entre todos: “Felices los que trabajan
por la paz”.
Lamentablemente, la sana intención de este mensaje, que
ofrece una propuesta educativa y autoeducativa, no fue acogida simplemente
porque no se lo leyó completo. El día antes de la publicación de este
documento, en la versión electrónica de un diario se anunciaba torpemente que los
obispos iban a enfrentar al Gobierno por el tema de la inseguridad. Con esa
clave falsa de lectura, al día siguiente todos mutilaron el documento.
Paradójicamente, también algunas personas oficialistas utilizaron esa misma
clave de lectura que les ofreció un medio opositor, sin detenerse a leer y a
sopesar el conjunto del texto de los obispos, y entraron ingenuamente en el
juego.
Creo que una de las peores formas de la violencia actual es
la de no escucharnos unos a otros, interpretándonos muchas veces a través de la
hermenéutica sesgada de los medios. Esta es una señal más de la degradación
cultural de los sectores medios y profesionales.
* Arzobispo rector de la Pontificia Universidad Católica
Argentina (UCA).
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"Felices los que trabajan por la paz"
1. Como pastores del pueblo de Dios -del que provenimos y al
que queremos servir- nos dirigimos a todos los miembros de la Iglesia y a los
hombres y mujeres de buena voluntad, para compartir nuestra mirada sobre un
aspecto inquietante de la realidad nacional. Constatamos con dolor y
preocupación que la Argentina está enferma de violencia. Algunos de los
síntomas son evidentes, otros más sutiles, pero de una forma o de otra todos
nos sentimos afectados. Queremos detenernos a reflexionar sobre este drama
porque creemos que el amor vence al odio y que nuestro pueblo anhela la paz.
2. Son numerosas las formas de violencia que la sociedad
padece a diario. Muchos viven con miedo al entrar o salir de casa, o temen
dejarla sola, o están intranquilos esperando el regreso de los hijos de
estudiar o trabajar. Los hechos delictivos no solamente han aumentado en cantidad
sino también en agresividad. Una violencia cada vez más feroz y despiadada
provoca lesiones graves y llega en muchos casos al homicidio. Es evidente la
incidencia de la droga en algunas conductas violentas y en el descontrol de los
que delinquen, en quienes se percibe escasa y casi nula valoración de la vida
propia y ajena. La reiteración de estas situaciones alimenta en la población el
enojo y la indignación, que de ninguna manera justifican respuestas de venganza
o de la mal llamada “justicia por mano propia”. La creciente ola de delitos ha
ganado espacio en los diversos medios de comunicación, que no siempre informan
con objetividad y respeto a la privacidad y al dolor. Con frecuencia en nuestro
país se promueve una dialéctica que alienta las divisiones y la agresividad.
3. No se puede responsabilizar y estigmatizar a los pobres
por ser tales. Ellos sufren de manera particular la violencia y son víctimas de
robos y asesinatos, aunque no aparezcan de modo destacado en las noticias.
Conviene ampliar la mirada y reconocer que también son violencia las
situaciones de exclusión social, de privación de oportunidades, de hambre y de
marginación, de precariedad laboral, de empobrecimiento estructural de muchos,
que contrasta con la insultante ostentación de riqueza de parte de otros. A
estos escenarios violentos corremos el riesgo de habituarnos sin que nos duela
el sufrimiento de los hermanos. Todo lo que atenta contra la dignidad de la
vida humana es violación al proyecto de amor de Dios: la desnutrición infantil,
gente durmiendo en la calle, hacinamiento y abuso, violencia doméstica,
abandono del sistema educativo, peleas entre “barrabravas” a veces ligadas a
dirigentes políticos y sociales, niños limpiando parabrisas de los autos,
migrantes no acogidos e, incluso, la destrucción de la naturaleza. Hemos
endurecido el corazón incorporando estas desgracias como parte de la normalidad
de la vida social, acostumbrándonos a la injusticia y relativizando el bien y
el mal. Es creciente la tendencia al individualismo y egoísmo, de los cuales
despertamos sobresaltados cuando el delito nos afecta o toca cerca. El Papa
Francisco señala que “se ha desarrollado una globalización de la
indiferencia...” (Evangelii Gaudium 54).
4. Pero no nos ayuda culpar a los demás. Para lograr una
sociedad en paz cada uno está llamado a sanar sus propias violencias. Es
necesario reconocer las diversas crisis por las que atraviesa la familia, que
es la primera escuela de paz. En ella aprendemos la buena noticia del amor
humano y la alegría de convivir. Muchos niños y adolescentes crecen solos y en
la calle provocando el debilitamiento de los vínculos sociales. Esto también
repercute en la escuela. Episodios de violencia escolar se desarrollan ante la
mirada pasiva de algunos hasta que es demasiado tarde. Muchos jóvenes ni
estudian ni trabajan, quedando expuestos a diversas formas de violencia.
5. La corrupción, tanto pública como privada, es un
verdadero “cáncer social” (EG 60), causante de injusticia y muerte. Desviar
dineros que deberían destinarse al bien del pueblo provoca ineficiencia en
servicios elementales de salud, educación, transporte. Estos delitos
habitualmente prescriben o su persecución penal es abandonada, garantizando y
afianzando la impunidad. Son estafas económicas y morales que corroen la
confianza del pueblo en las instituciones de la República, y sientan las bases
de un estilo de vida caracterizado por la falta de respeto a la ley. A ello se
agregan mafias del crimen organizado sin freno dedicadas a la trata de personas
para la esclavitud laboral o sexual, el tráfico de drogas y armas, los
desarmaderos de autos robados, etc.
6. Para construir una sociedad saludable es imprescindible
un compromiso de todos en el respeto de la ley. Desde las reglas más
importantes establecidas en la Constitución Nacional, hasta las leyes de
tránsito y las normas que rigen los aspectos más cotidianos de la vida. Sólo si
las leyes justas son respetadas, y quienes las violan son sancionados, podremos
reconstruir los lazos sociales dañados por el delito, la impunidad y la falta
de ejemplaridad de quienes tenemos alguna autoridad. La obediencia a la ley es
algo virtuoso y deseable, que ennoblece y dignifica a la persona. Esto vale
también para los reclamos por nuestros derechos, que deben ser firmes pero
pacíficos, sin amenazas ni restricciones injustas a los derechos de los demás.
Frente al delito, deseamos ver jueces y fiscales que actúen con diligencia, que
tengan los medios para cumplir su función, y que gocen de la independencia, la
estabilidad y la tranquilidad necesarias. La lentitud de la Justicia deteriora
la confianza de los ciudadanos en su eficacia. Algunos profesionales suelen
utilizar de modo inescrupuloso artilugios legales para burlar o esquivar la
justicia: también esto es inmoral.
7. La cárcel genera en la sociedad la falsa ilusión de
encerrar el mal, pero ofrece pocos resultados. El sistema carcelario debe
cumplir su función sin violar los derechos fundamentales de todos los presos,
cuidando su salud, promoviendo su reeducación y recuperación. Nos duele y
preocupa que casi la mitad de los presos no tenga sentencia. La mayoría de
ellos son jóvenes pobres y sin posibilidades para contratar abogados que
defiendan sus causas. Ningún delito justifica el maltrato o la falta de respeto
a la dignidad de los detenidos. Gracias a Dios algunos cumplen la palabra de
Jesús: “Estuve preso y me visitaron” (Mt 25,36).
8. Nos estamos acostumbrando a la violencia verbal, a las
calumnias y a la mentira, que “socava la confianza entre los hombres y rompe el
tejido de las relaciones sociales” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2486).
Urge en la Argentina recuperar el compromiso con la verdad, en todas sus
dimensiones. Sin ese paso estamos condenados al desencuentro y a una falsa
apariencia de diálogo.
9. Estos síntomas son graves. Sin embargo, en el cuerpo de
nuestra sociedad se encuentran también los recursos para afrontar el paciente
camino de la recuperación. Todos estamos involucrados en primera persona.
Destacamos, ante todo, el profundo anhelo de paz que sigue animando el
compromiso de tantos ciudadanos. No hay aquí distinción entre creyentes y
quienes no lo son. Todos estamos llamados a la tarea de educarnos para la paz.
10. Nosotros creemos que Dios es “fuente de toda razón y
justicia” y que los peores males brotan del propio corazón humano. El vínculo
de amor con Jesús vivo cura nuestra violencia más profunda y es el camino para
avanzar en la amistad social y en la cultura del encuentro. A esto se refiere
el Papa Francisco cuando nos invita a “cuidarnos unos a otros”. Jesús nos
enseñó que “Dios hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre
justos e injustos” (Mt 5, 45). No hay persona que esté fuera de su corazón. En
su proyecto de amor la humanidad entera está llamada a la plenitud. No hay una
vida que valga más y otras menos: la del niño y el adulto, varón o mujer,
trabajador o empresario, rico o pobre. Toda vida debe ser cuidada y ayudada en
su desarrollo desde la concepción hasta la muerte natural, en todas sus etapas
y dimensiones. Jesús es nuestra Paz, en él encontramos Vida y Vida abundante. A
Él volvemos nuestra mirada y en Él ponemos nuestra esperanza para renovar
nuestro compromiso en favor de la vida, la paz y la salud integral de nuestra
querida Patria. Jesús nos dice: “Felices los que trabajan por la paz…” (Mt
5,9). Muchos ya lo están haciendo. Hay destacables iniciativas en escuelas,
parroquias, clubes, talleres artísticos y otras organizaciones de la sociedad.
Los alentamos a seguir siendo instrumentos de paz. Exhortamos particularmente a
la dirigencia a desarrollar un diálogo que genere consensos y políticas de
estado para superar la situación actual.
11. La Virgen de Luján, presente en el corazón creyente de
tantos argentinos y argentinas, nos anima y acompaña en nuestro empeño “…porque
cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la
ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son
virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros
para sentirse importantes…” (EG 288)
Los obispos argentinos
Pilar - 107 Asamblea plenaria
8 de mayo de 2014, Solemnidad de Nuestra Señora de Luján