Qué esperamos.
Buenos Aires 27 de Febrero de 2013.
El Equipo Coordinador de Cristianos para el Tercer Milenio, que se constituyera a partir del documento que con la adhesión de casi 400 laicos y decenas de religiosos y religiosas fuera oportunamente entregado a la Conferencia Episcopal, al arzobispo de Mercedes-Luján y al nuncio Apostólico; reiteramos nuestra exigencia, aun insatisfecha, de que se tomen las medidas que terminen con el escándalo que con sus declaraciones y conductas protagoniza entre otros el ex dictador Jorge Rafael Videla.
Al mismo tiempo y ante los acontecimientos desatados a partir de la renuncia papal nos dirigimos a la opinión pública y especialmente a nuestros hermanos en la fe para señalar:
Que la inminente elección de un nuevo Papa puede ser, aun en medio de los signos contradictorios que se ponen de manifiesto, una oportunidad para que nuestra Iglesia retome el camino que Cristo trazó hace dos milenios y que el Concilio Ecuménico Vaticano II, reafirmó hace medio siglo.
Siendo la Esperanza una de las virtudes teologales, apelamos a ella para enfrentar las consecuencias de la renuncia del Papa Benito 16 y la crisis de la Iglesia que su decisión no ha hecho más que poner en evidencia. Es así que:
Depositamos nuestra esperanza en que el nuevo Pontífice contribuya al proceso de interpretación, a la luz de la Palabra, de los “signos de los tiempos”; retomando el espíritu del último Concilio y sirviendo a través de la “autoridad del testimonio” a proyectar la fraterna convivencia cristiana en un mundo que, también en crisis, naufraga en el individualismo, la desigualdad y el desprecio por los derechos esenciales de la persona humana.
Depositamos nuestra esperanza en que se renuncie definitivamente a la apropiación eurocéntrica del mensaje evangélico que ignora al mestizaje cultural que alcanza hoy con variadas consecuencias, a todos los rincones de la tierra.
Depositamos nuestra esperanza, ante la obscena inequidad que sumerge en la miseria y la marginalidad a miles de millones de hermanos, en que la Iglesia reafirme la doctrina del “destino universal de los bienes” y que a través del testimonio y la palabra nos hagamos cargo, como Pueblo Peregrino, de la responsabilidad que nos cabe en el sufrir de nuestro prójimo.
Depositamos nuestra esperanza en que la Iglesia, alejada de las estructuras de pecado que crearon y mantienen los poderosos de la Tierra, nos convoque a ser con ella abogados de la justicia y defensores de los pobres “ante intolerables desigualdades sociales y económicas que claman al cielo”(*). Esperamos también que nunca más se produzca la convivencia de nuestras jerarquías episcopales con regímenes totalitarios, violadores de los derechos humanos.
Depositamos nuestra esperanza en que la Iglesia haga cesar toda forma de discriminación y postergación de la mujer, que comparte en igualdad de condiciones con el hombre el destino de la humanidad y del pueblo de Dios. También esperamos que nunca más se silencien los delitos sexuales cometidos por ministros de la Iglesia y los actos de corrupción económico-financieros que los han tenido como protagonistas.
Depositamos nuestra esperanza en que, a través de la “autoridad del testimonio”, seamos capaces de contener, recuperar y acercar a Cristo a una juventud que, hambrienta de espiritualidad, reniega de la hipocresía y la falta de ejemplaridad.
Depositamos nuestra esperanza en que se revierta la involución de nuestra jerarquía hacia un clericalismo deformante de la verdadera identidad del pueblo de Dios. Confiamos en que se aliente la participación decisoria del laicado y se abandone la pretensión de que aceptemos pasivamente el ejercicio de un poder ritual que persiste en presentarnos la imagen de un Dios autoritario y sancionador en lugar del verdadero Señor de la Misericordia.
Depositamos nuestra esperanza finalmente, en que aquél que sea electo para conducir la barca de Pedro, como siervo de los siervos de Dios, ponga todas sus energías en enfrentar y superar una crisis que no podemos seguir ocultando. Queremos ser parte de una Iglesia sustentada en la fraternidad e identificada por el amor. Una Iglesia humilde y despojada del boato y la pompa a través de los cuales se hace casi imposible reconocer el rostro del Resucitado. Una Iglesia pobre y sencilla que sepa vivir como lo hace la mayoría del pueblo de Dios y renuncie a toda otra contribución que aquella que provenga de sus fieles. Una Iglesia en oración, alegre y agradecida por la gratuidad del amor de Dios y su infinita misericordia.
Que Dios nuestro Señor por la intercesión de su santa Madre, María de Nazareth, se digne dar razón a nuestra esperanza.
EQUIPO COORDINADOR DE CRISTIANOS PARA EL TERCER MILENIO: Ana Biancalana, Gustavo Bottini, Rodolfo Luis Brardinelli, Rodolfo Briozzo, Ángel Atilio José Bruno, Ana Cafiero, José Luis Di Lorenzo, Cristina Domeniconi, José Galante, Juan L. Manazzoni, Teresa Eugenia Mc Loughlin, Ricardo Tomás Mc Loughlin, Roque Luis Miraldi, Beatriz Noceti, Hernán Patiño Mayer, Alicia Pierini, Rogelio Ponsard, Felipe Solá.
(*) 5ª Conf. Gral. Del Episcopado Latinoamericano y del Caribe.
Al mismo tiempo y ante los acontecimientos desatados a partir de la renuncia papal nos dirigimos a la opinión pública y especialmente a nuestros hermanos en la fe para señalar:
Que la inminente elección de un nuevo Papa puede ser, aun en medio de los signos contradictorios que se ponen de manifiesto, una oportunidad para que nuestra Iglesia retome el camino que Cristo trazó hace dos milenios y que el Concilio Ecuménico Vaticano II, reafirmó hace medio siglo.
Siendo la Esperanza una de las virtudes teologales, apelamos a ella para enfrentar las consecuencias de la renuncia del Papa Benito 16 y la crisis de la Iglesia que su decisión no ha hecho más que poner en evidencia. Es así que:
Depositamos nuestra esperanza en que el nuevo Pontífice contribuya al proceso de interpretación, a la luz de la Palabra, de los “signos de los tiempos”; retomando el espíritu del último Concilio y sirviendo a través de la “autoridad del testimonio” a proyectar la fraterna convivencia cristiana en un mundo que, también en crisis, naufraga en el individualismo, la desigualdad y el desprecio por los derechos esenciales de la persona humana.
Depositamos nuestra esperanza en que se renuncie definitivamente a la apropiación eurocéntrica del mensaje evangélico que ignora al mestizaje cultural que alcanza hoy con variadas consecuencias, a todos los rincones de la tierra.
Depositamos nuestra esperanza, ante la obscena inequidad que sumerge en la miseria y la marginalidad a miles de millones de hermanos, en que la Iglesia reafirme la doctrina del “destino universal de los bienes” y que a través del testimonio y la palabra nos hagamos cargo, como Pueblo Peregrino, de la responsabilidad que nos cabe en el sufrir de nuestro prójimo.
Depositamos nuestra esperanza en que la Iglesia, alejada de las estructuras de pecado que crearon y mantienen los poderosos de la Tierra, nos convoque a ser con ella abogados de la justicia y defensores de los pobres “ante intolerables desigualdades sociales y económicas que claman al cielo”(*). Esperamos también que nunca más se produzca la convivencia de nuestras jerarquías episcopales con regímenes totalitarios, violadores de los derechos humanos.
Depositamos nuestra esperanza en que la Iglesia haga cesar toda forma de discriminación y postergación de la mujer, que comparte en igualdad de condiciones con el hombre el destino de la humanidad y del pueblo de Dios. También esperamos que nunca más se silencien los delitos sexuales cometidos por ministros de la Iglesia y los actos de corrupción económico-financieros que los han tenido como protagonistas.
Depositamos nuestra esperanza en que, a través de la “autoridad del testimonio”, seamos capaces de contener, recuperar y acercar a Cristo a una juventud que, hambrienta de espiritualidad, reniega de la hipocresía y la falta de ejemplaridad.
Depositamos nuestra esperanza en que se revierta la involución de nuestra jerarquía hacia un clericalismo deformante de la verdadera identidad del pueblo de Dios. Confiamos en que se aliente la participación decisoria del laicado y se abandone la pretensión de que aceptemos pasivamente el ejercicio de un poder ritual que persiste en presentarnos la imagen de un Dios autoritario y sancionador en lugar del verdadero Señor de la Misericordia.
Depositamos nuestra esperanza finalmente, en que aquél que sea electo para conducir la barca de Pedro, como siervo de los siervos de Dios, ponga todas sus energías en enfrentar y superar una crisis que no podemos seguir ocultando. Queremos ser parte de una Iglesia sustentada en la fraternidad e identificada por el amor. Una Iglesia humilde y despojada del boato y la pompa a través de los cuales se hace casi imposible reconocer el rostro del Resucitado. Una Iglesia pobre y sencilla que sepa vivir como lo hace la mayoría del pueblo de Dios y renuncie a toda otra contribución que aquella que provenga de sus fieles. Una Iglesia en oración, alegre y agradecida por la gratuidad del amor de Dios y su infinita misericordia.
Que Dios nuestro Señor por la intercesión de su santa Madre, María de Nazareth, se digne dar razón a nuestra esperanza.
EQUIPO COORDINADOR DE CRISTIANOS PARA EL TERCER MILENIO: Ana Biancalana, Gustavo Bottini, Rodolfo Luis Brardinelli, Rodolfo Briozzo, Ángel Atilio José Bruno, Ana Cafiero, José Luis Di Lorenzo, Cristina Domeniconi, José Galante, Juan L. Manazzoni, Teresa Eugenia Mc Loughlin, Ricardo Tomás Mc Loughlin, Roque Luis Miraldi, Beatriz Noceti, Hernán Patiño Mayer, Alicia Pierini, Rogelio Ponsard, Felipe Solá.
(*) 5ª Conf. Gral. Del Episcopado Latinoamericano y del Caribe.
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