Refundar la Iglesia I.
Voluntarios de Jesús, no funcionarios del sistema
Por Xabier Pikaza
Ibarrondo
29.01.14
XABIER PIKAZA IBARRONDO: nació el 12 del VI de 1941 en Orozko, Vizcaya – ha
cursado estudios en la Universidad Pontificia de Salamanca, en la Universidad
de Santo Tomas y en Instituto Bíblico (Roma); – ha ampliado estudios en las
universidades de Hamburg y Bonn (Alemania) es Doctor en Teología por la Univ.
Pontificia de Salamanca (1965), Doctor en Filosofía por la Univ. de Santo Tomás
de Roma (1972), Licenciado y candidato a doctor en Sagrada Escritura por el
Instituto Bíblico de Roma (1972).
El año 2003 se le cesa
como catedrático y profesor de teología en la Universidad Pontifica de
Salamanca por diferencias doctrinales y prácticas (por su forma de entender los
ministerios cristianos) y se retira a la vida privada como investigador en
ciencias de las religiones. Se dedica a escribir libros de su especialidad y
dicta conferencias en diversos lugares de España y America.
Presenté hace unos días
un escrito titulado "Más que un Papa, más que un concilio". Siguiendo
en esa línea quiero seguir hablando de los ministros cristianos, para
distinguirlos de los funcionarios del sistema (con su jerarquía y
servidumbre).
La generalidad de los
'jerarcas' actuales de la iglesia no son dictadores soberbios, ni inmorales
falsos, ni aprovechados o astutos, sino personas muy sacrificados, de gran
altura moral. Sin embargo, la institución de poder sagrado que
mantienen en nombre de Cristo (como tal institución) tiende a convertirles en
funcionarios de un sistema, no en voluntarios de Jesús.
Tienen celo de Dios,
como los jefes del judaísmo nacional antiguo (cf. Rom 10, 2), pero no en forma
apropiada. Ésta es la ironía de la historia:
‒ como delegados de Dios, unos sacerdotes muy
legales de Jerusalén (criticados por otros judíos), en pacto con el
sistema imperial romano, condenaron a Jesús, pretendiente
mesiánico;
-- pero muchos
seguidores de aquel Jesús, expulsado por jerarcas y soldados, han vuelto a
establecer un tipo de sacerdocio de funcionarios, semejante al anterior. Por
eso me parece fundamental volver al lugar en el surgen y se despliegan los
voluntarios de Jesús .
Desde ese fondo quiero
seguir reflexionando sobre el tema, para lo que espero la colaboración y ayuda
crítica de muchos lectores. Quizá algunos sientan vértigo ante el tema, como el
que producen las imágenes de los famosos "constructores" de
rascacielos de Nueva York. Pero hay que superar el vértigo, hay que entrar en
la tarea. Buen día a todos.
Sistema, Iglesia
− El sistema
político-económico necesita líderes triunfadores: una cúpula implacable,
penetrante, siempre renovada, de funcionarios, que no valen ni
sirven por sí, sino que ejercen tareas para el Todo. Al sistema no le importan
los hombres, y menos los pobres (que no invierten ni compran), pues todos los
sujetos (funcionarios o no) se sustituyen, sino el funcionamiento y producción
de la máquina-sistema.
Estos funcionarios,
impersonales y eficaces, son SIERVOS a sueldo (a veces a buen sueldo) del
capital, empresa y mercado, y su trabajo puede implicar e implica de hecho la
exclusión y muerte de millones de sujetos, negados y apartados, para bien de
los privilegiados que, al fin, tampoco importan (pues sólo importa el sistema).
Los servidores de ese Todo acaban siendo criados de la muerte, responsables de
un inmenso genocidio que condena a la violencia, al hambre y peste a una
tercera parte de la población del mundo (cf. Ap 6, 1-8).
− La iglesia no necesita
funcionarios eficientes, ni mandos superiores (cf. Mc 9, 33-37; 10, 32-45), al
estilo del sistema, pues no busca la eficacia administrativa o económica de
capital y mercado, sino el encuentro personal directo con los hombres... en la
línea de Jesús. En esa línea, los ministros cristianos han de estar
siempre abierto a todos, especialmente a los carentes de amor y dignidad, a los
expulsados del sistema, para quienes abre un espacio y camino. Por eso, no
quiere el denario del César y su impuesto (cf. Mc 12, 13-17), ni el dinero del
rico que busca a Jesús (cf. Mc 10, 17-22), pues su tarea de comunicación entre
creyentes (humanos) se sitúa y sitúa a la Iglesia en un nivel de gratuidad y
encuentro inmediato entre personas.
Sus ministros son
servidores de una Palabra regalada (no de un secreto o noticia que se paga) y
de un Pan compartido (no se compra o vende). No están al servicio de una tarea
externa, ni son funcionarios de un sistema que debe expandirse como instancia
de poder sacral, sino simplemente personas que comparten
humanidad al estilo de Jesú. Nso son fichas o peones de un tablero de tareas
reglamentadas por sistema, sino hombres o mujeres que animan en amor a los
demás, para que ellos mismos sean y vivan, en camino compartido, como
encarnación-hijos de Dios.
Funcionarios del
sistema, ministros de la iglesia
Así se distinguen los
funcionarios del Sistema, servidores eficientes del Todo, que utiliza a sus
dependientes y empleados (pagándoles por ello) y los testigos del Reino, que
regalan su vida como expresión gratuita y personal de libertad, al servicio de
la comunión mesiánica.
Por eso, como dijo Jesús
(Mc 9, 31-10, 5) y Pablo puso de relieve (cf. 2 Cor 10-12), los
ministros de la iglesia no necesitan ser gobernantes hábiles o políticos
sagaces, sino portadores de humanidad. Los funcionarios pertenecen al
sistema que impone condiciones y paga, según oferta y demanda. Los ministros de
Jesús son testigos de la gracia de Dios, y así buscan el despliegue gratuito de
la vida, el bien de todos.
‒- Los funcionarios realizan sus
servicios para que el sistema siga funcionando y crezca, mientras mueren y son
sustituidas las personas, que en sí mismas no cuentan. Los ministros de
Jesús no sirven para que la iglesia triunfe, sino para que los hombres
y mujeres compartan la vida (Palabra y Pan), pues sólo importan ellos, los que
nacen y mueren, esperando una posible resurrección.
‒ Los funcionarios se venden al Todo y
se vuelven sistema, para que las cosas funcionen.Los ministros de Jesús no
pueden venderse por nada, pues no les importa el Todo como tal, sino
que las personas se comuniquen y amen. Los funcionarios realizan una función
externa, separada de su vida. Los ministros de Jesús le sirven y sirven a los
hombres y mujeres con la transparencia amorosa de su vida. Todos los creyentes
son así ministros de la Palabra y del Pan de Cristo.
Funcionarios y ministros,
historia
Es normal que la iglesia
haya acabado trazando sus ministerios con los rasgos culturales y sacrales del
entorno, pero al hacerlo ha corrido el riesgo de perder su identidad
mesiánica, volviéndose sistema sacral. La burocracia sacerdotal de la
Iglesia se impuso por influjo del ambiente jerárquico judío y helenista
(romano), y así ella organizó los ministerios como órdenes de sacralidad,
distinguiendo jerarquía y laicado y aplicando a los superiores (especialmente
obispos) una categoría ontológica de tipo sacerdotal, propia del Antiguo
Testamento (templo de Jerusalén) y del entorno pagano, pero no del evangelio.
Algunos
"ministros" funcionarios de la Iglesia actúan como
herederos de los funcionarios/jerarcas romanos, para mantener un orden de paz
sobre una población civil amenazada, controlando (y compartiendo) el poder de
los reyes, como impulsores y garantes de la nueva sociedad occidental. Cf. A.
Faivre, Los primeros laicos. Cuando la iglesia nacía al mundo, Monte Carmelo,
Burgos 2001.
Estos ministros
sacrales, establecidos como jerarquía, han configurado la historia de Europa,
hasta la llegada del modelo funcional y burocrático moderno. Eran eficaces, pero más
que su forma de obrar importaba su ser (su valor ontológico, sagrado): Así se
alzaron como clase elegida, inviolable, nobleza espiritual de halo divino,
príncipes de un mundo que necesita principados. La iglesia católica sigue
manteniendo teóricamente ese modelo, y de esa forma interpreta a sus ministros
(especialmente a los obispos) como funcionar
Funcionarios y
ministros, identidad
Los funcionarios
realizan sus servicios para que el sistema siga funcionando y crezca, mientras mueren y son
sustituidas las personas, que en sí mismas no cuentan. Los ministros de Jesús
no sirven para que la iglesia triunfe, sino para que los hombres y mujeres
compartan la vida (Palabra y Pan), pues sólo importan ellos, los que nacen y mueren,
esperando una posible resurrección. Los funcionarios se venden al Todo y se
vuelven sistema, para que las cosas funcionen.
Los ministros de Jesús
no buscan el éxito de ninguna empresa, pues no les importa el Todo como tal,
sino que las personas se comuniquen y amen. Los funcionarios
realizan una función externa, separada de su vida. Los ministros de Jesús le
sirven y sirven a los hombres y mujeres con la transparencia amorosa de su
vida. Todos los creyentes son así ministros de la Palabra y del Pan de Cristo.
Ministros que han sido
altos funcionarios
Se supone, sin duda, que
obispo y presbíteros (los diáconos apenas cuentan) tienen vocación personal,
vinculada a la palabra de Jesús y al 'misterio' de la iglesia, de manera que
siguen recibiendo honores de casta superior, pero de hecho corren el riesgo
volverse empleados, a veces muy impersonales, de una burocracia centrada en
Roma.
Este proceso de
burocratización forma parte de la identidad de Occidente, que ha ido surgiendo
de la Iglesia, como entidad cultural y social diferenciada, a partir del siglo
XI-XII d.C., influyendo en los modernos estados europeos, con su dominación
legal.
Lógicamente, entre
iglesia y estados han brotado conflictos de competencia, de forma que ambos
'poderes' se han mantenido en crisis permanente de utilización y lucha mutua, desde las investiduras
(siglo XI-XII d.C.), a través de las disputas conciliaristas (siglo XV), hasta
la ruptura protestante y las guerras posteriores (siglos XVI-XVII). Sobre ese
fondo se eleva, a partir del XVIII, la Ilustración racional, con el despliegue
de la ciencia y del capitalismo. Resultado de aquellas luchas y procesos somos
nosotros, los occidentales, con un pasado cristiano, un presente de
globalización neo-liberal y un futuro de comunicación en gratuidad o
destrucción masiva.
− La sociedad civil se
ha secularizado, separándose de la iglesia y creando su burocracia legal,
capitalista. Parecen fracasadas las alternativas sociales del
marxismo y se extiende de forma imparable (y suicida) el neo-liberalismo, con
su “funcionariado” oligárquico universal, que coloca el triunfo del sistema
sobre la vida y muerte de los hombres concretos (especialmente los pobres).
− La iglesia católica ha
intensificado su proceso de unificación jerárquico-burocrática a partir de la
ruptura protestante, para completar su ciclo en el siglo XIX-XX. Ese proceso ha
sido necesario, porque ha destacado el sentido universal (católico) del
evangelio y de sus portadores o ministros, pero en sí mismo no es cristiano y
puede convertir a la iglesia en sistema, ahogando la libertad de personas y
comunidades .
Tradición, clientela,
supermercado.
El ministro cristiano
del futuro no será un sacerdote jerárquico, elevado de forma sacral sobre los
fieles, como nobleza espiritual, sino un creyente, que
forma parte del pueblo sacerdotal (¡todos los cristianos son sacerdotes!), pero
que ha recibido y realiza una tarea al servicio de la comunidad en la línea de
Cristo.
No será burócrata al
estilo de los funcionarios del sistema neo-liberal, sustituibles,ágiles, agudos, sino
simple creyente y testigo de Jesús, al servicio del evangelio y de la
comunidad.
Esta nueva visión
significa un cambio en la forma de entender y practicar los ministerios, un cambio que no será
fácil ni uniforme, pero estoy convencido de que ha empezado ya y se esté
gestando en diversos lugares y formas, aunque algunos, más interesados por la
iglesia oficial, no logren verlo. Será bueno que tengamos en cuenta las
variantes entre comunidades (ortodoxas, protestantes), en clave ecuménica y
sociológica; pero, pero debemos apelar sobre todo al mismo evangelio.
Tres esquemas
No hay respuestas dadas,
sino un camino compartido, sin olvidar el pasado, pero sin cerrarnos en él,
volviendo al ancho mar del evangelio, para entender la tradición y recrear la
misión de la iglesia. En ese fondo, para entender mejor el cambio, evocaremos
tres esquemas insuficientes :
− Esquema de tradición. En muchos lugares,
el clérigo pertenece al pasado: es una figura venerable, hermosa, pero llamada
a extinguir, sino se ha extinguida de hecho. Así aparece al lado de la catedral
o de la nobleza medieval o barroca, que luce en algunas ocasiones sus escudos.
Si buscan sólo este modelo, los clérigos de serán pronto objeto de museo ajeno
al evangelio, aunque bien guardado e incluso financiado por la sociedad
postmoderna, que también necesita tradiciones.
− Esquema de clientela. Era importante en
el Imperio Romano, donde, para mostrar su grandeza, los patronos de orden
superior (senatorial, ecuestre) y los nuevos ricos, buscaban los servicios de
una masa de clientes, que les apoyaban y, en compensación, recibían sus
beneficios. En un plano social, ese esquema ha terminando (al menos en sentido
antiguo), pero se sigue manteniendo en ciertos estamentos eclesiales, como si
los laicos fueran clientes de una jerarquía de la que reciben servicios
espirituales.
((B. J. Malina, El mundo
del Nuevo Testamento. Perspectivas desde la Antropología Cultural, EVD, Estella
1995, ha destacado este esquema en el mundo antiguo. Las conexiones con una
iglesia actual son claras. Mientras sigan teniendo clientes, que pidan (y
paguen) sus funciones, serán necesarios ministros sacrales en parroquias e
iglesias, celebrando ritualmente sacramentos (misas, bautismos, bodas,
funerales). Cuando acaben los clientes acabarán los patronos)).
− Esquema supermercado. En un mundo
pluriforme, donde las iglesias han perdido su función oficial, los clientes
religiosos tienen cada vez más capacidad y deseo de elegir los oficios sacrales
y patronos-ministros que mejor respondan a sus necesidades u opciones,
convirtiendo así los servicios religiosos en un supermercado. Lógicamente, el
mercado religioso debe cuidar y programar sus ofertas, dentro de los grupos
(religiones, iglesias, ¿sectas'), para mantener y aumentar sus ventas. Pero eso
no es evangelio .
((Cf. P. Berger, El
dosel sagrado, Amorrortu, Buenos Aires 1967; Id. y Th. Luckmann, La
construcción social de la realidad, Amorrortu, Buenos Aires 1968. Este esquema
existió ya en la caída del Imperio romano cuando, seca y casi muerta la
religión tradicional, se multiplicaron las ofertas orientales, cultos de
misterio y grupos gnósticos, que acabaron siendo incapaces de saciar la sed del
pueblo. La crisis de entonces desembocó en el triunfo del cristianismo. La situación
actual parece más dura: se desmoronan las grandes iglesias, el agnosticismo
crece, y el supermercado sacral corre el riesgo de dejar a los hombres en manos
de la propaganda o de los intereses egoístas de los “telepredicadores” de
turno)).
UNA TAREA PENDIENTE
La iglesia actual debe
superar esos tres esquemas, promoviendo un modelo de concurso y comunión
personal, en torno a la Palabra y el Pan compartido. La fe individual,
la decisión aislada de creyentes es valiosa, pero resulta insuficiente, pues la
iglesia no es una suma de creyentes ya constituidos y perfectos, sino el mismo
ser-en-comunión de los convocados por Jesús y abiertos a su Reino. Por eso, es
importante el testimonio personal de aquellos que evocan y animan ese camino en
comunión, que se expresa en la Palabra y el Pan, sus signos esenciales.
Todos los cristianos son
encarnación de Dios, vicarios de Cristo, pero sólo en la medida en que regalan
y se comuniquen la vida como gracia. Al servicio de esa comunicación están los
ministros, que deben actuar de tal manera que, siendo ellos transparencia de
gracia, hagan posible que emerja y se expanda la autoridad de la Palabra y el
Pan compartido.
Refundar la Iglesia II
- conclusión -
Todos sacerdotes. Para una
nueva evangelización
Xabier Pikaza
Ibarrondo *
La Iglesia católica viene
hablando desde hace ya tiempo de la necesidad de una Nueva Evangelización. Pero
todo parece indicar que no se logra aquello que dicen que se quiere
El problema puede ser nuestro
evangelio, que
no responde al mensaje de Jesús, ni a los signos de los tiempos.
Pero el problema podemos ser
más bien nosotros, los
mensajeros, que no anunciamos ni encarnamos la Buena Noticia de Jesús.
En esa línea, retomando el tema
expuesto en la primera parte, "Refundar la Iglesia (I) - Voluntarios de
Jesús, no funcionarios del sistema", quiero centrarme en la
tarea de los mensajeros, poniendo de relieve el hecho de que todos son (somos)
sacerdotes de la Nueva Alianza, por nuestra inserción bautismal en Jesús. Estoy
convencido de que sólo en esa línea se podrá hablar de una Nueva
Evangelización, es decir, de una encarnación actual del evangelio de Jesús, sin
triunfalismos, pero con inmensa decisión. Buen domingo a todos.
Autoridad sacerdotal, la misma
vida.
La autoridad del ministerio
cristiano no es un poder de sistema, separable de los fieles, ni es un honor
añadido a los ministros, ni una habilidad propia de personas que logran atraer
más clientes o vender mejor sus existencias, sino la vida concreta de los
fieles, encarnación de Dios, ministros de Jesús. No hay nada ni nadie
por encima de los fieles, pues su mismo amor mutuo, en comunión de Palabra y
Pan, es verdad definitiva. En ese sentido, todos los cristianos pueden
y deben escuchar y expandir la Palabra de evangelio, de formas diversas, con
gestos distintos, como hemos visto al tratar de en 1 Cor 12-14 (1)
Por eso, en el principio está
el “sacerdocio común”, la certeza de que todos los cristianos pueden y deben
compartir la vida de Jesús, en
apertura a Dios y comunión de vida, siendo así sacerdotes. En ese sentido, el
sacerdocio se identifica con la misma existencia cristiana, interpretada como
don de Dios, en agradecimiento, en amor ofrecido a los demás.
Éste es el sacerdocio
universal, que el mensaje y la vida de Jesús ofrece a todos los que quieran
escucharle. Por
eso, en la Iglesia, en principio, no hay lugar para consagrados especiales, ni
sedes santas, ni santos lugares o personas, ropas, canciones o colores
ofrecidos a Dios por ser distintos. No hay para Jesús un mundo de Dios por
arriba, como esfera superior de sacralidad platónica, sino que este mundo de
abajo (y en especial el mundo de los pobres y expulsados del sistema) es
presencia de Dios.
Jesús identifica religión y
vida, experiencia de Dios y humanidad, en amor compartido, al servicio de los
pobres. Todo en la iglesia es profano, del mundo o pueblo concreto de humanos (=
laical), siendo a la vez totalmente sagrado, cercano a Dios, expresión de su
misterio. Por eso, la misión cristiana no es crear un tras-mundo de
sacralidad, sino hallar y cultivar la vida de Dios en este mundo.Para ser
lo que es y decir lo que Jesús le ha confiado, la Iglesia no necesita
instituciones sacrales al estilo antiguo, ni estructuras sociales como las que
son propias de un sistema político-económico. No precisa grandes edificios,
centros de coordinación burocrática, planes codificados en línea de totalidad.
Le basta la Palabra y el amor mutuo al estilo de Jesús, de manera que todos sus
fieles escuchen y digan la Palabra, la compartan y celebren, compartiendo el
Pan (2).
La Iglesia no necesita capital,
ni grupos de activistas bien organizados (como los del sistema), ni propagandas
que vienen de fuera, conforme a los principios del mercado de noticias o
'valores', sino
que le basta la vida de los fieles, según el evangelio, a contrapelo del gran
Todo, como buena nueva de libertad y alegría compartida, dentro de la misma
historia, sin instituciones sacrales separadas. Ser cristiano en radicalidad,
eso es ser sacerdote. Ese mismo sacerdocio vivido es la santidad cristiana.
Sólo en un segundo momento, desde ese sacerdocio común, se puede y debe hablar
de ministerios especiales, al servicio de la misión y comunión cristiana.
Sacerdocio de base, ministerios
concretos.
El sistema vincula a los
hombres bajo el capital y el mercado global. La iglesia, en cambio, quiere
unirles desde (y en torno) a la Palabra y Pan compartido, en diálogo concreto
donde todos puedan acoger y dar la vida en gozo compartido, en medio de la
debilidad de los vivientes, amenazados siempre por la muerte.
El sistema quiere tener vida
propia, con valor en sí mismo, y así mide su éxito o fracaso por encima de la
vida de los hombres,poniendo
entre paréntesis el hecho de su nacimiento y de su muerte. La iglesia, en
cambio, expresa su identidad en el camino concreto del nacimiento y de la
muerte de los hombres, asumiendo así la fragilidad y finitud de la vida como
signo de Dios. En ese mismo espacio de fragilidad ofrece ella la Palabra y
comparte el Pan, en unidad de hermanos que descubren y celebran la Presencia de
Dios (Vida) en su mismo camino de entrega y de muerte.
Actualmente, la celebración de
esa Presencia de Dios depende de un ritual complejo (insisto en la Eucaristía,
dejo a un lado el Bautismo, del que traté en la parte anterior de este libro),
con ministro varón, de 'orden' superior. Una visión jerárquica y sagrada de los
ministros (dueños de saberes propios) y una ordenación sagrada de la jerarquía
en sí impide que bautizados puedan proclamar y compartir la Palabra, con-sagrar
(=bendecir) y comulgar en el Pan por sí mismos, de manera que parecen clientes
de patronos superiores.
Esa situación se opone a una
palabra clave de Jesús, que dice 'donde estén dos o tres reunidos en mi
nombre... allí estoy yo en medio de ellos' (Mt 18, 20). Esa situación se opone,
sobre todo, a la intención fundamental del evangelio que descubre y celebra la
Vida de Dios en la misma vida de los hombres, sus hijos. En esa línea se puede
hablar del “sacramento de los ministerios” como sacramento que deriva del bautismo,
que confiere el sacerdocio común a todos los cristianos (3) .
La tradición posterior, que ha
sacralizado al clero jerárquico (de manera que sólo puede haber eucaristía con
un ministro “ordenado” de un modo jerárquico). Esta tradición ha “invertido” la
experiencia de Jesús y de la Iglesia primitiva, que empezaba por las
comunidades, que nombraban a sus propios ministros. Pues bien, pienso que ha
llegado el momento de invertir esa inversión, de manera que el conjunto de la
iglesia (no sólo la jerarquía) recupere su libertad creadora, su sacerdocio de
base.
Resulta fundamental recuperar
ese sacerdocio de base. Siempre que un grupo de cristianos se reúna, de buena
fe, en nombre de Jesús, escuche su palabra e invoque su memoria en el pan y
vino compartido, podemos y debemos afirmar que existe eucaristía, encarnación
sacramental de Dios por Cristo, iglesia. Actualmente, esa eucaristía no será
oficial, si no está presente un obispo o presbítero, en nombre de la Iglesia
jerárquica. Pero es verdadera eucaristía, siempre que se mantenga el recuerdo
de Jesús y su palabra, en comunión concreta, en torno al pan de la vida, porque
lo primero en la iglesia es ese sacerdocio de base.
El modelo actual de iglesia
jerárquica y burocrática, como cúpula sacral que garantiza la unidad y la
misión cristiana, es secundario y posterior, de manera que puede y debe ser
superado, para
recuperar de nuevo la libertad de las primeras iglesias cristianas que
celebraban por sí mismas la eucaristía, en comunión con otras iglesias. En esa
línea, la Gran Iglesia sólo puede entenderse en forma de comunión de
comunidades autónomas, que aprenden a celebrar por sí mismas, escogiendo para
ello sus propios ministros.
Ha llegado el momento de
explorar y expandir así un tipo de celebraciones que brotan de la misma vida
cristiana, no
por autosuficiencia o protesta anarquista, por evasión sectaria o rechazo del
sacerdocio, sino por fidelidad a Jesús y por amor a las iglesias concretas, con
su sacerdocio común, que se despliega allí donde unos hombres y mujeres se
descubren invitados y llamados a celebrar juntos el don de Dios, integrados en
la Gran Iglesia.
El sacerdocio es un don laical
(del laos, pueblo) que Jesús ha ofrecido a sus fieles.
Los judíos nacionales se juntaban y formaban
comunidad real, siempre que hubiera diez adultos, capaces de escuchar la
Palabra y celebrarla, orando juntos, sin ordenaciones especiales, porque todos
estaban 'ordenados", es decir, habilitados por la Palabra, de manera que
habitaba en ellos la Shekina o Presencia divina (cf. Misná, Abot, 3, 2-14). De
un modo semejante, los seguidores de Jesús y después todos los cristianos
podían juntarse y se juntaban formando comunidad real, en torno a su Palabra y
su Pan-Vino, recuerdo de Jesús, porque compartían el nuevo sacerdocio de Jesús
(4) .
● La liturgia judía de
la federación de sinagogas era y sigue siendo laical, pero exigía un tipo de
cultura literaria, pues se centraba en la interpretación de la Palabra,
contenida en el Libro que sólo un escriba podía leer, y en la capacidad de
estudiar y comentar una Ley compleja, que sólo unos maestros especializados
podían desentrañar; por eso, los judíos tendieron a convertirse en comunidad de
laicos letrados, presidida por rabinos, escribas y maestros de la Ley.
● La liturgia cristiana
era y es también laical, pero en sentido aún más fuerte, como muestra la
crítica evangélica contra los escribas y maestros, que tendían a monopolizar
con su conocimiento superior la tradición del pueblo (cf. Mt 23). La
iglesia debe seguir siendo laical y abierta a todos, sin necesidad de una casta
letrados, expertos en libros y comentarios eruditos: basta que unos hombres y/o
mujeres quieran recordar y celebrar la Palabra de vida y entrega de Jesús con
el Pan y el Vino de la vida concreta, en este camino de muerte, para que surja
iglesia, para que haya eucaristía (5) .
El seminario de la vida.
En esa línea, los nuevos
ministros no tendrán que especializarse al estilo sacral o burocrático, ni
estudiar en seminarios separados para clérigos varones como ahora (desde el
Concilio de Trento: 1545-1563), sino que habrán de ser hombres o mujeres de
comunidad que, por vocación personal, carisma del Espíritu y aceptación
comunitaria, quieran y puedan servir a la iglesia, sin dejar por ello su vida secular.
No es buena la forma actual de
alejamiento en seminarios de solos varones, ni es buena en modo alguno la
ordenación 'absoluta' que les hace presbíteros u obispos para siempre, como si ese ministerio
fuera un honor (un orden especial, una nobleza), sin participación real de la
iglesia a la que han de servir, por inserción en una jerarquía separada. Los
ministros han de surgir de un modo concreto de las mismas comunidades cuya
Palabra de gracia y Pan de comunión asumen y comparten, para servicio de todos,
durante el tiempo en que la misma comunidad les confíe su tarea al servicio del
Reino, volviendo después, acabado el ministerio, al sacerdocio común de los
fieles.
Según el Concilio de
Calcedonia, centran el cristología, la ordenación "absoluta" de los
clérigos es inválida, como lo expongo en la nota(6).
● Formación desde la
Palabra. Estos ministros, que deben surgir de las comunidades, en cuyo nombre
actúan, por gracia del Espíritu, han de ser hombres o mujeres que disciernen y
dicen la Palabra de Jesús. No es necesario que sean especialistas
literarios, como los escribas, ni oradores de renombre, pero deben procurar (y
dejar) que se expanda por ellos la Palabra que viene de Dios y que vincula por
gracia a quienes quieran aceptarla, rompiendo la dura propaganda de un sistema,
que quiere imponer su ideología, al servicio del capital y el mercado.
La iglesia en conjunto y sus
ministros en particular no tienen más capital que esa Palabra de libertad (es
decir, de anuncio de Reino y de vida compartida) que escuchan y expanden, de
tal forma que todos se descubran llamados por gracia, para así vivir en
comunión personal (conforme al sacerdocio común de los fieles). Del Amor de
Dios brota esa gracia “común” que nos capacita para compartir en Comunión la vida.
Ella no consiste en decir cosas, sino en que podamos decirnos mutuamente,
comunicarnos unos a los otros para ser lo que somos por gracia de Dios:
Comunión Eucarística, vida hecha alabanza (7) .
● Formación para el Pan de
comunión. La liturgia de Jesús vincula Palabra y Pan, en un grupo concreto, en
solidaridad con las iglesias y en apertura concreta a los hombres. No es un
rito separado, sino un (el) gesto central de la misma vida, que se expresa y
concreta en la comunión de creyentes que, perteneciendo por un lado al sistema,
superan, por otro, sus principios egoístas de imposición económica y mercado.
Los celebrantes se reúnen por el gozo de hacerlo, de ser-en-comunión en Cristo;
de esa forma, recordándole, celebran su Vida al compartirla en el Pan y Vino,
que son dones de Dios, Presencia corporal del mismo Cristo y expresión de la
mutua entrega de los fieles.
Sin duda, puede y deber haber
uno o varios ministros que organizan la celebración, pero en sentido estricto
son celebrantes todos los cristianos, que comulgan entre sí al comulgar en (a) Cristo.
Todos los cristianos han de ser hombres y mujeres de comunicación; de un modo
especial habrán de serlo los ministros, expertos en expresar y celebrar por
Cristo el misterio de la vida compartida. Por eso, los ministros de la
Eucaristía han de ser hombres o mujeres formados en la experiencia y tarea del
pan compartido, desde el recuerdo y la utopía de Jesús (8) .
Esta manera de entender la
comunicación cristiana nos permite superar la estrechez de un racionalismo
crítico o de una teoría de la información donde sólo se comparten razones o
argumentos impersonales, superando también un tipo de capitalismo donde hay una
“riqueza” (financiera u objetiva) que domina sobre todos, excluyendo a los más
pobres. Los cristianos ofrecen y comparten la misma vida hecha palabra que
engendra y educa, cura y acoge. Dar la palabra significa abrir un espacio de
conversación para el otro, dejándole que sea. Darla hasta el fin supone
compartir la vida y morir para que los otros sean y seamos juntos, como muestra
el Pan y Vino compartidos. Compartiendo la Palabra de Jesús ellos comparten su
pan, la vida hecha comunión, no capital.
Al servicio de esa palabra y de
ese pan de la comunidad, que se abren a todos los pueblos, especialmente a los
más pobres, están los ministros, hombres o mujeres, capaces de animar la
comunicación mutua y la alabanza.
● Las cartas pastorales (1
y 2 Ti, Tito), escritas en contexto patriarcal, suponían que sólo los buenos
padres de familia (bien casados y con buenos hijos) podían ser ministros
apropiados de la palabra eclesial.
● Una tradición católica
posterior ha invertido ese principio (aunque siempre en línea masculina),
suponiendo que sólo unos célibes especializados podían actuar como ministros.
Pues bien, a partir del evangelio, hoy sabemos no hace falta que sean buenos
padres o célibes especializados, sino simplemente hombres o mujeres de
comunicación en gratuidad, capaces de ofrecer por amor, gratuitamente, su
experiencia al servicio de la Palabra y de Cristo De esa forma se expande
frente a la globalización del sistema la comunión mesiánica del evangelio (9) .
* Xabier Pikaza Ibarrondo
Artículo Publicado en El Blog
de Xabier Pikaza el 01/02/2014
NOTAS
(1) El Sistema se eleva y
expande como dios falso, sobre aquellos a quienes utiliza: es poder y sus
servidores se vuelven 'poderosos', imponiendo su dominio a los demás, pero al
fin acaban dominados por el mismo sistema. La Iglesia no se eleva ni impone sobre
nadie, pues es la comunión de reunidos por la Palabra y Pan de Cristo; ella no
conoce una autoridad que pueda separarse de la vida de los fieles que acogen y
comparten la Palabra y el Pan.
(2) Se objetará que la iglesia
ha recibido de Jesús o ha instituido sacramentos, sacralizando gestos o
personas (bautismo, eucaristía, ministros ordenados...); pero ellos no escinden
o separan, sino que expresan y ratifican el valor sagrado de la misma realidad
profana, el origen de la vida creyente (bautismo), la comida compartida
(eucaristía).
(3) Esta comunión inmediata de
Palabra y Pan, de recuerdo de Jesús y comida en su nombre, constituye la
esencia universal de la iglesia, a partir del bautismo, antes de las
instituciones oficiales y de las jerarquías. Por eso, cada comunidad puede y
debe buscar la manera de suscitar unos ministros (que no serán ya sacerdotes
oficiales y sagrados, al estilo antiguo) al servicio de esa Palabra y Pan. Para
que nazca una iglesia no hacen falta permisos, ni edificios, ni cuentas bancarias,
ni funcionarios especiales, ni libros propios... Basta que un grupo de personas
quieran juntarse para escuchar y hablar, comer y alegrarse de hacerlo, desde el
Cristo. Por eso, en principio, todas las iglesias son “comunidades de base”. De
esa manera, si quieren celebrar y celebran, recordando a Jesús, el misterio de
su vida, con Palabra y Pan, ellos mismos son eucaristía, iglesia.
(4) Cada creyente se descubre
por Jesús Hijo de Dios, presencia personal de su misterio, encarnación finita
de la Vida infinita, en comunión con sus hermanos; por eso puede celebrar con
ellos la liturgia de agradecimiento, Palabra y Pan compartido, que se
identifica con la vida cristiana. Hacer que la validez de ese gesto dependa de
una ordenación sacral de los ministros, dentro de un sistema unificado, implica
invertir la dinámica del evangelio, ignorar la raíz judía y la novedad
mesiánica de la iglesia.
(5) Lo que define a la iglesia
no son los ministros consagrados para presidir los cultos, sino la existencia
real de creyentes, que son encarnación de Dios en Cristo (como lo han celebrado
en el bautismo) y así quieren expresarlo en la celebración de la Palabra y Pan
de Jesús Lo que importan son las comunidades de creyentes; si ellas existen,
surgirán en ellas, por dinámica interior y presencia del Espíritu, ministros
que animen y organicen los diversos momentos de la celebración, como supone
Pablo en 1Cor 12-14.
Un grupo de creyentes, reunidos
en nombre de Jesús, en casa particular o lugar común, puede y debe compartir la
Palabra y Pan de Cristo, sin necesidad de especialistas laicos (escribas,
doctores de la ley), jerarcas sacerdotes o permisos de una autoridad exterior
'competente'. Cada cristiano está capacitado en el grupo y por el grupo, en
fidelidad a Jesús y por obra del Espíritu, en apertura católica, a dirigir con
su presencia y gesto la liturgia. Sólo se requiere que la Palabra sea eficiente
y el Pan-Vino sea compartido, sustentando y expresando desde Cristo la comunión
real de los hermanos, en apertura al conjunto de las iglesias y de la
humanidad.
En esa línea, no hace falta más
ordenación que el bautismo (ser cristiano), ni más delegación expresa que la
comunión real (de corazón y vida) con las restantes comunidades, en fidelidad
al Espíritu y búsqueda del Reino. El problema de la iglesia no es que existan
muchos o pocos ministros de tipo jerárquico antiguo o burocrático moderno, sino
comunidades fieles a Jesús, que escuchen y proclamen su Palabra de comunión
universal, en solidaridad concreta con los pobres, superando así el poder
global idolatrado del Sistema.
(6) Hay que recuperar con
urgencia el rechazo de toda “ordenación absoluta”, siguiendo en eso al Concilio
de Calcedonia, c. 6, Mansi VII, 376: “Toda ordenación absoluta sea nula” (cf.
Dionisio el Exiguo, PL 67, 172-173); cf. P. Fernández, Sacramento del orden,
San Esteban, Salamanca 2007, 51.
Eso significa que nadie puede
ser obispo o presbítero en sí, sino sólo obispo o presbítero de una iglesia
determinada, de manera que cuando deja su función deja de ser obispo o
presbítero. Los ministros de la Iglesia sólo lo son en la medida en que
realizan su función al servicio de ella. Si ministros se elevan como orden
sagrado en sí mismo sobre el resto de los fieles pierden su valor cristiano.
Los ministros surgen por carisma del Espíritu, desde la misma experiencia de
las comunidades que les llaman y confieren su tarea, escuchando al fondo de
ellas una voz de evangelio (Palabra y Pan compartido) que les alienta y eleva
como misioneros.
(7) Por eso, la formación en la
Palabra (es decir, el “curriculum” de lo hoy se llama seminario) no puede ser
una teología estudiada en centros de enseñanza técnica, sino un proceso de
crecimiento en comunicación personal: los ministros no han de ser personas que
saben más teología que otros, sino cristianos capaces comunicar y compartir el
don de Jesús, decirse unos a otros, animando así el diálogo comunitario. La
forma de celebración actual donde sólo habla el ministro y los demás escuchan
responde a una concepción jerárquica y sacral de la Palabra y debe superarse.
No hay Pan común (que todos comulguen) sin Palabra común.
(8) Como decía Isaías
"toda carne es hierba y su belleza como flor campestre; se agosta la
hierba, se marchita la flor..., pero la Palabra de nuestro Dios permanece para
siempre" (Is 40, 6-8). Los bienes del mundo se pudren y acaban (cf. Mt 6,
19-21). Pero la comunidad mesiánica centrada en la Palabra y Pan de Jesús
permanece para siempre. Por eso, el ministro cristiano tiene la tarea de dar
testimonio de esa comunión de Cristo, en la que no existen ya unas palabras
profanas (de laicos) y otras sagradas (de clérigos), pues Dios se encarna en
todos los creyentes, de manera que su Palabra se identifica con la misma Vida
de los fieles. Toda carne es hierba, muere la naturaleza, mata y se pudre el
sistema, pero aquellos que comparten la Palabra y Pan del Cristo permanecen por
siempre. Dios ha confiado a todos los cristianos una Palabra que les desborda:
encarnándose en ellos, de manera que pueden y deben decirla diciéndose a sí
mismos.
En este fondo se supera la
ruptura o disyunción que separaba a Dios del mundo, lo sagrado y lo profano,
sin caer en una identidad panteísta que disuelve y niega las dualidades. La
carne sigue siendo carne, el tiempo es muerte, pero esa misma carne en el
tiempo es por Jesús revelación de Dios, amor que los creyentes celebran dándose
la Vida (Palabra) unos a otros. Por eso, debemos superar el riesgo de un
individualismo existencial (tendencia protestantes) y de una sacralidad
separada de la vida real (tendencia católica), descubriendo así que nuestra
misma vida es Palabra que recibimos (escuchando a Dios) y damos (al darnos a
nosotros mismos).
(9) Los creyentes se descubren
Palabra de Dios y Presencia de Jesús y lo celebran en un gesto estrictamente
secular, propio de grupos, que van surgiendo por sí mismos y se extienden, y
así lo celebran, como células de libertad y comunión a lo largo y a lo ancho de
la tierra. De esa forma la iglesia eucarística quiere hacerse y ser universal,
vinculando desde los creyentes a todos los humanos, en camino que puede
presentar como nuevo éxodo para los hebreos, hégira para los musulmanes.