Somos un grupo de laic@s hermanad@s en la Fe Cristiana.

Nos convocó inicialmente la insolente provocación del ex dictador Jorge Videla al reivindicar los crímenes aberrantes del terrorismo de estado, reconocer la complicidad o indiferencia de integrantes de la jerarquía eclesiástica y hacer público su libre acceso al sacramento de la Eucaristía.

Hicimos nuestro firme reclamo a la Conferencia Episcopal y manifestamos nuestra frustración frente a una respuesta que consideramos insuficiente.

Aguardamos aún que se ponga en marcha un nuevo compromiso con la verdad y se enfrente con decisión una cuestión que, por formar parte de su propia historia, es una deuda que reclama una pronta y completa superación. La continuidad del silencio afecta la credibilidad pastoral en el pueblo de Dios.

A partir de entonces hemos decidido darle continuidad a nuestra vocación y compromiso, como modestos protagonistas del proceso de transformación de nuestra Iglesia, recordando cada día los valores evangélicos y esperanzados en el liderazgo del papa Francisco, imploramos la asistencia de Nuestra Señora de Luján, madre y mediadora ante Cristo nuestra Esperanza.

martes, 18 de febrero de 2014

Refundar la Iglesia I. 
Voluntarios de Jesús, no funcionarios del sistema
Por Xabier Pikaza Ibarrondo
29.01.14
XABIER PIKAZA IBARRONDO: nació el 12 del VI de 1941 en Orozko, Vizcaya – ha cursado estudios en la Universidad Pontificia de Salamanca, en la Universidad de Santo Tomas y en Instituto Bíblico (Roma); – ha ampliado estudios en las universidades de Hamburg y Bonn (Alemania) es Doctor en Teología por la Univ. Pontificia de Salamanca (1965), Doctor en Filosofía por la Univ. de Santo Tomás de Roma (1972), Licenciado y candidato a doctor en Sagrada Escritura por el Instituto Bíblico de Roma (1972).
El año 2003 se le cesa como catedrático y profesor de teología en la Universidad Pontifica de Salamanca por diferencias doctrinales y prácticas (por su forma de entender los ministerios cristianos) y se retira a la vida privada como investigador en ciencias de las religiones. Se dedica a escribir libros de su especialidad y dicta conferencias en diversos lugares de España y America.
Presenté hace unos días un escrito titulado "Más que un Papa, más que un concilio". Siguiendo en esa línea quiero seguir hablando de los ministros cristianos, para distinguirlos de los funcionarios del sistema (con su jerarquía y servidumbre).
La generalidad de los 'jerarcas' actuales de la iglesia no son dictadores soberbios, ni inmorales falsos, ni aprovechados o astutos, sino personas muy sacrificados, de gran altura moral. Sin embargo, la institución de poder sagrado que mantienen en nombre de Cristo (como tal institución) tiende a convertirles en funcionarios de un sistema, no en voluntarios de Jesús.
Tienen celo de Dios, como los jefes del judaísmo nacional antiguo (cf. Rom 10, 2), pero no en forma apropiada. Ésta es la ironía de la historia:
como delegados de Dios, unos sacerdotes muy legales de Jerusalén (criticados por otros judíos), en pacto con el sistema imperial romano, condenaron a Jesús, pretendiente mesiánico;
-- pero muchos seguidores de aquel Jesús, expulsado por jerarcas y soldados, han vuelto a establecer un tipo de sacerdocio de funcionarios, semejante al anterior. Por eso me parece fundamental volver al lugar en el surgen y se despliegan los voluntarios de Jesús .
Desde ese fondo quiero seguir reflexionando sobre el tema, para lo que espero la colaboración y ayuda crítica de muchos lectores. Quizá algunos sientan vértigo ante el tema, como el que producen las imágenes de los famosos "constructores" de rascacielos de Nueva York. Pero hay que superar el vértigo, hay que entrar en la tarea. Buen día a todos.
Sistema, Iglesia
− El sistema político-económico necesita líderes triunfadores: una cúpula implacable, penetrante, siempre renovada, de funcionarios, que no valen ni sirven por sí, sino que ejercen tareas para el Todo. Al sistema no le importan los hombres, y menos los pobres (que no invierten ni compran), pues todos los sujetos (funcionarios o no) se sustituyen, sino el funcionamiento y producción de la máquina-sistema.
Estos funcionarios, impersonales y eficaces, son SIERVOS a sueldo (a veces a buen sueldo) del capital, empresa y mercado, y su trabajo puede implicar e implica de hecho la exclusión y muerte de millones de sujetos, negados y apartados, para bien de los privilegiados que, al fin, tampoco importan (pues sólo importa el sistema). Los servidores de ese Todo acaban siendo criados de la muerte, responsables de un inmenso genocidio que condena a la violencia, al hambre y peste a una tercera parte de la población del mundo (cf. Ap 6, 1-8).
− La iglesia no necesita funcionarios eficientes, ni mandos superiores (cf. Mc 9, 33-37; 10, 32-45), al estilo del sistema, pues no busca la eficacia administrativa o económica de capital y mercado, sino el encuentro personal directo con los hombres... en la línea de Jesús. En esa línea, los ministros cristianos han de estar siempre abierto a todos, especialmente a los carentes de amor y dignidad, a los expulsados del sistema, para quienes abre un espacio y camino. Por eso, no quiere el denario del César y su impuesto (cf. Mc 12, 13-17), ni el dinero del rico que busca a Jesús (cf. Mc 10, 17-22), pues su tarea de comunicación entre creyentes (humanos) se sitúa y sitúa a la Iglesia en un nivel de gratuidad y encuentro inmediato entre personas.
Sus ministros son servidores de una Palabra regalada (no de un secreto o noticia que se paga) y de un Pan compartido (no se compra o vende). No están al servicio de una tarea externa, ni son funcionarios de un sistema que debe expandirse como instancia de poder sacral, sino simplemente personas que comparten humanidad al estilo de Jesú. Nso son fichas o peones de un tablero de tareas reglamentadas por sistema, sino hombres o mujeres que animan en amor a los demás, para que ellos mismos sean y vivan, en camino compartido, como encarnación-hijos de Dios.
Funcionarios del sistema, ministros de la iglesia
Así se distinguen los funcionarios del Sistema, servidores eficientes del Todo, que utiliza a sus dependientes y empleados (pagándoles por ello) y los testigos del Reino, que regalan su vida como expresión gratuita y personal de libertad, al servicio de la comunión mesiánica.
Por eso, como dijo Jesús (Mc 9, 31-10, 5) y Pablo puso de relieve (cf. 2 Cor 10-12), los ministros de la iglesia no necesitan ser gobernantes hábiles o políticos sagaces, sino portadores de humanidad. Los funcionarios pertenecen al sistema que impone condiciones y paga, según oferta y demanda. Los ministros de Jesús son testigos de la gracia de Dios, y así buscan el despliegue gratuito de la vida, el bien de todos.
- Los funcionarios realizan sus servicios para que el sistema siga funcionando y crezca, mientras mueren y son sustituidas las personas, que en sí mismas no cuentan. Los ministros de Jesús no sirven para que la iglesia triunfe, sino para que los hombres y mujeres compartan la vida (Palabra y Pan), pues sólo importan ellos, los que nacen y mueren, esperando una posible resurrección.
 Los funcionarios se venden al Todo y se vuelven sistema, para que las cosas funcionen.Los ministros de Jesús no pueden venderse por nada, pues no les importa el Todo como tal, sino que las personas se comuniquen y amen. Los funcionarios realizan una función externa, separada de su vida. Los ministros de Jesús le sirven y sirven a los hombres y mujeres con la transparencia amorosa de su vida. Todos los creyentes son así ministros de la Palabra y del Pan de Cristo.
Funcionarios y ministros, historia
Es normal que la iglesia haya acabado trazando sus ministerios con los rasgos culturales y sacrales del entorno, pero al hacerlo ha corrido el riesgo de perder su identidad mesiánica, volviéndose sistema sacral. La burocracia sacerdotal de la Iglesia se impuso por influjo del ambiente jerárquico judío y helenista (romano), y así ella organizó los ministerios como órdenes de sacralidad, distinguiendo jerarquía y laicado y aplicando a los superiores (especialmente obispos) una categoría ontológica de tipo sacerdotal, propia del Antiguo Testamento (templo de Jerusalén) y del entorno pagano, pero no del evangelio.
Algunos "ministros" funcionarios de la Iglesia actúan como herederos de los funcionarios/jerarcas romanos, para mantener un orden de paz sobre una población civil amenazada, controlando (y compartiendo) el poder de los reyes, como impulsores y garantes de la nueva sociedad occidental. Cf. A. Faivre, Los primeros laicos. Cuando la iglesia nacía al mundo, Monte Carmelo, Burgos 2001.
Estos ministros sacrales, establecidos como jerarquía, han configurado la historia de Europa, hasta la llegada del modelo funcional y burocrático moderno. Eran eficaces, pero más que su forma de obrar importaba su ser (su valor ontológico, sagrado): Así se alzaron como clase elegida, inviolable, nobleza espiritual de halo divino, príncipes de un mundo que necesita principados. La iglesia católica sigue manteniendo teóricamente ese modelo, y de esa forma interpreta a sus ministros (especialmente a los obispos) como funcionar
Funcionarios y ministros, identidad
Los funcionarios realizan sus servicios para que el sistema siga funcionando y crezca, mientras mueren y son sustituidas las personas, que en sí mismas no cuentan. Los ministros de Jesús no sirven para que la iglesia triunfe, sino para que los hombres y mujeres compartan la vida (Palabra y Pan), pues sólo importan ellos, los que nacen y mueren, esperando una posible resurrección. Los funcionarios se venden al Todo y se vuelven sistema, para que las cosas funcionen.
Los ministros de Jesús no buscan el éxito de ninguna empresa, pues no les importa el Todo como tal, sino que las personas se comuniquen y amen. Los funcionarios realizan una función externa, separada de su vida. Los ministros de Jesús le sirven y sirven a los hombres y mujeres con la transparencia amorosa de su vida. Todos los creyentes son así ministros de la Palabra y del Pan de Cristo.
Ministros que han sido altos funcionarios
Se supone, sin duda, que obispo y presbíteros (los diáconos apenas cuentan) tienen vocación personal, vinculada a la palabra de Jesús y al 'misterio' de la iglesia, de manera que siguen recibiendo honores de casta superior, pero de hecho corren el riesgo volverse empleados, a veces muy impersonales, de una burocracia centrada en Roma.
Este proceso de burocratización forma parte de la identidad de Occidente, que ha ido surgiendo de la Iglesia, como entidad cultural y social diferenciada, a partir del siglo XI-XII d.C., influyendo en los modernos estados europeos, con su dominación legal.
Lógicamente, entre iglesia y estados han brotado conflictos de competencia, de forma que ambos 'poderes' se han mantenido en crisis permanente de utilización y lucha mutua, desde las investiduras (siglo XI-XII d.C.), a través de las disputas conciliaristas (siglo XV), hasta la ruptura protestante y las guerras posteriores (siglos XVI-XVII). Sobre ese fondo se eleva, a partir del XVIII, la Ilustración racional, con el despliegue de la ciencia y del capitalismo. Resultado de aquellas luchas y procesos somos nosotros, los occidentales, con un pasado cristiano, un presente de globalización neo-liberal y un futuro de comunicación en gratuidad o destrucción masiva.
− La sociedad civil se ha secularizado, separándose de la iglesia y creando su burocracia legal, capitalista. Parecen fracasadas las alternativas sociales del marxismo y se extiende de forma imparable (y suicida) el neo-liberalismo, con su “funcionariado” oligárquico universal, que coloca el triunfo del sistema sobre la vida y muerte de los hombres concretos (especialmente los pobres).
− La iglesia católica ha intensificado su proceso de unificación jerárquico-burocrática a partir de la ruptura protestante, para completar su ciclo en el siglo XIX-XX. Ese proceso ha sido necesario, porque ha destacado el sentido universal (católico) del evangelio y de sus portadores o ministros, pero en sí mismo no es cristiano y puede convertir a la iglesia en sistema, ahogando la libertad de personas y comunidades .
Tradición, clientela, supermercado.
El ministro cristiano del futuro no será un sacerdote jerárquico, elevado de forma sacral sobre los fieles, como nobleza espiritual, sino un creyente, que forma parte del pueblo sacerdotal (¡todos los cristianos son sacerdotes!), pero que ha recibido y realiza una tarea al servicio de la comunidad en la línea de Cristo.
No será burócrata al estilo de los funcionarios del sistema neo-liberal, sustituibles,ágiles, agudos, sino simple creyente y testigo de Jesús, al servicio del evangelio y de la comunidad.
Esta nueva visión significa un cambio en la forma de entender y practicar los ministerios, un cambio que no será fácil ni uniforme, pero estoy convencido de que ha empezado ya y se esté gestando en diversos lugares y formas, aunque algunos, más interesados por la iglesia oficial, no logren verlo. Será bueno que tengamos en cuenta las variantes entre comunidades (ortodoxas, protestantes), en clave ecuménica y sociológica; pero, pero debemos apelar sobre todo al mismo evangelio.
Tres esquemas
No hay respuestas dadas, sino un camino compartido, sin olvidar el pasado, pero sin cerrarnos en él, volviendo al ancho mar del evangelio, para entender la tradición y recrear la misión de la iglesia. En ese fondo, para entender mejor el cambio, evocaremos tres esquemas insuficientes :
− Esquema de tradición. En muchos lugares, el clérigo pertenece al pasado: es una figura venerable, hermosa, pero llamada a extinguir, sino se ha extinguida de hecho. Así aparece al lado de la catedral o de la nobleza medieval o barroca, que luce en algunas ocasiones sus escudos. Si buscan sólo este modelo, los clérigos de serán pronto objeto de museo ajeno al evangelio, aunque bien guardado e incluso financiado por la sociedad postmoderna, que también necesita tradiciones.
− Esquema de clientela. Era importante en el Imperio Romano, donde, para mostrar su grandeza, los patronos de orden superior (senatorial, ecuestre) y los nuevos ricos, buscaban los servicios de una masa de clientes, que les apoyaban y, en compensación, recibían sus beneficios. En un plano social, ese esquema ha terminando (al menos en sentido antiguo), pero se sigue manteniendo en ciertos estamentos eclesiales, como si los laicos fueran clientes de una jerarquía de la que reciben servicios espirituales.
((B. J. Malina, El mundo del Nuevo Testamento. Perspectivas desde la Antropología Cultural, EVD, Estella 1995, ha destacado este esquema en el mundo antiguo. Las conexiones con una iglesia actual son claras. Mientras sigan teniendo clientes, que pidan (y paguen) sus funciones, serán necesarios ministros sacrales en parroquias e iglesias, celebrando ritualmente sacramentos (misas, bautismos, bodas, funerales). Cuando acaben los clientes acabarán los patronos)).
− Esquema supermercado. En un mundo pluriforme, donde las iglesias han perdido su función oficial, los clientes religiosos tienen cada vez más capacidad y deseo de elegir los oficios sacrales y patronos-ministros que mejor respondan a sus necesidades u opciones, convirtiendo así los servicios religiosos en un supermercado. Lógicamente, el mercado religioso debe cuidar y programar sus ofertas, dentro de los grupos (religiones, iglesias, ¿sectas'), para mantener y aumentar sus ventas. Pero eso no es evangelio .
((Cf. P. Berger, El dosel sagrado, Amorrortu, Buenos Aires 1967; Id. y Th. Luckmann, La construcción social de la realidad, Amorrortu, Buenos Aires 1968. Este esquema existió ya en la caída del Imperio romano cuando, seca y casi muerta la religión tradicional, se multiplicaron las ofertas orientales, cultos de misterio y grupos gnósticos, que acabaron siendo incapaces de saciar la sed del pueblo. La crisis de entonces desembocó en el triunfo del cristianismo. La situación actual parece más dura: se desmoronan las grandes iglesias, el agnosticismo crece, y el supermercado sacral corre el riesgo de dejar a los hombres en manos de la propaganda o de los intereses egoístas de los “telepredicadores” de turno)).
UNA TAREA PENDIENTE
La iglesia actual debe superar esos tres esquemas, promoviendo un modelo de concurso y comunión personal, en torno a la Palabra y el Pan compartido. La fe individual, la decisión aislada de creyentes es valiosa, pero resulta insuficiente, pues la iglesia no es una suma de creyentes ya constituidos y perfectos, sino el mismo ser-en-comunión de los convocados por Jesús y abiertos a su Reino. Por eso, es importante el testimonio personal de aquellos que evocan y animan ese camino en comunión, que se expresa en la Palabra y el Pan, sus signos esenciales.
Todos los cristianos son encarnación de Dios, vicarios de Cristo, pero sólo en la medida en que regalan y se comuniquen la vida como gracia. Al servicio de esa comunicación están los ministros, que deben actuar de tal manera que, siendo ellos transparencia de gracia, hagan posible que emerja y se expanda la autoridad de la Palabra y el Pan compartido.

Refundar la Iglesia II 
- conclusión - 
Todos sacerdotes. Para una nueva evangelización
La presente nota es la continuación del artículo publicado en Pregón Cristiano bajo el título "Refundar la Iglesia  (I) - Voluntarios de Jesús, no funcionarios del sistema" 
Xabier Pikaza Ibarrondo  *
La Iglesia católica viene hablando desde hace ya tiempo de la necesidad de una Nueva Evangelización. Pero todo parece indicar que no se logra aquello que dicen que se quiere
El problema puede ser nuestro evangelio, que no responde al mensaje de Jesús, ni a los signos de los tiempos. 
Pero el problema podemos ser más bien nosotros, los mensajeros, que no anunciamos ni encarnamos la Buena Noticia de Jesús.
En esa línea, retomando el tema expuesto en la primera parte, "Refundar la Iglesia  (I) - Voluntarios de Jesús, no funcionarios del sistema", quiero centrarme en la tarea de los mensajeros, poniendo de relieve el hecho de que todos son (somos) sacerdotes de la Nueva Alianza, por nuestra inserción bautismal en Jesús. Estoy convencido de que sólo en esa línea se podrá hablar de una Nueva Evangelización, es decir, de una encarnación actual del evangelio de Jesús, sin triunfalismos, pero con inmensa decisión. Buen domingo a todos.
Autoridad sacerdotal, la misma vida.
La autoridad del ministerio cristiano no es un poder de sistema, separable de los fieles, ni es un honor añadido a los ministros, ni una habilidad propia de personas que logran atraer más clientes o vender mejor sus existencias, sino la vida concreta de los fieles, encarnación de Dios, ministros de Jesús. No hay nada ni nadie por encima de los fieles, pues su mismo amor mutuo, en comunión de Palabra y Pan, es verdad definitiva. En ese sentido, todos los cristianos pueden y deben escuchar y expandir la Palabra de evangelio, de formas diversas, con gestos distintos, como hemos visto al tratar de en 1 Cor 12-14 (1)
Por eso, en el principio está el “sacerdocio común”, la certeza de que todos los cristianos pueden y deben compartir la vida de Jesús, en apertura a Dios y comunión de vida, siendo así sacerdotes. En ese sentido, el sacerdocio se identifica con la misma existencia cristiana, interpretada como don de Dios, en agradecimiento, en amor ofrecido a los demás.
Éste es el sacerdocio universal, que el mensaje y la vida de Jesús ofrece a todos los que quieran escucharle. Por eso, en la Iglesia, en principio, no hay lugar para consagrados especiales, ni sedes santas, ni santos lugares o personas, ropas, canciones o colores ofrecidos a Dios por ser distintos. No hay para Jesús un mundo de Dios por arriba, como esfera superior de sacralidad platónica, sino que este mundo de abajo (y en especial el mundo de los pobres y expulsados del sistema) es presencia de Dios. 
Jesús identifica religión y vida, experiencia de Dios y humanidad, en amor compartido, al servicio de los pobres. Todo en la iglesia es profano, del mundo o pueblo concreto de humanos (= laical), siendo a la vez totalmente sagrado, cercano a Dios, expresión de su misterio. Por eso, la misión cristiana no es crear un tras-mundo de sacralidad, sino hallar y cultivar la vida de Dios en este mundo.Para ser lo que es y decir lo que Jesús le ha confiado, la Iglesia no necesita instituciones sacrales al estilo antiguo, ni estructuras sociales como las que son propias de un sistema político-económico. No precisa grandes edificios, centros de coordinación burocrática, planes codificados en línea de totalidad. Le basta la Palabra y el amor mutuo al estilo de Jesús, de manera que todos sus fieles escuchen y digan la Palabra, la compartan y celebren, compartiendo el Pan (2).
La Iglesia no necesita capital, ni grupos de activistas bien organizados (como los del sistema), ni propagandas que vienen de fuera, conforme a los principios del mercado de noticias o 'valores', sino que le basta la vida de los fieles, según el evangelio, a contrapelo del gran Todo, como buena nueva de libertad y alegría compartida, dentro de la misma historia, sin instituciones sacrales separadas. Ser cristiano en radicalidad, eso es ser sacerdote. Ese mismo sacerdocio vivido es la santidad cristiana. Sólo en un segundo momento, desde ese sacerdocio común, se puede y debe hablar de ministerios especiales, al servicio de la misión y comunión cristiana.
Sacerdocio de base, ministerios concretos.
El sistema vincula a los hombres bajo el capital y el mercado global. La iglesia, en cambio, quiere unirles desde (y en torno) a la Palabra y Pan compartido, en diálogo concreto donde todos puedan acoger y dar la vida en gozo compartido, en medio de la debilidad de los vivientes, amenazados siempre por la muerte. 
El sistema quiere tener vida propia, con valor en sí mismo, y así mide su éxito o fracaso por encima de la vida de los hombres,poniendo entre paréntesis el hecho de su nacimiento y de su muerte. La iglesia, en cambio, expresa su identidad en el camino concreto del nacimiento y de la muerte de los hombres, asumiendo así la fragilidad y finitud de la vida como signo de Dios. En ese mismo espacio de fragilidad ofrece ella la Palabra y comparte el Pan, en unidad de hermanos que descubren y celebran la Presencia de Dios (Vida) en su mismo camino de entrega y de muerte.
Actualmente, la celebración de esa Presencia de Dios depende de un ritual complejo (insisto en la Eucaristía, dejo a un lado el Bautismo, del que traté en la parte anterior de este libro), con ministro varón, de 'orden' superior. Una visión jerárquica y sagrada de los ministros (dueños de saberes propios) y una ordenación sagrada de la jerarquía en sí impide que bautizados puedan proclamar y compartir la Palabra, con-sagrar (=bendecir) y comulgar en el Pan por sí mismos, de manera que parecen clientes de patronos superiores.
Esa situación se opone a una palabra clave de Jesús, que dice 'donde estén dos o tres reunidos en mi nombre... allí estoy yo en medio de ellos' (Mt 18, 20). Esa situación se opone, sobre todo, a la intención fundamental del evangelio que descubre y celebra la Vida de Dios en la misma vida de los hombres, sus hijos. En esa línea se puede hablar del “sacramento de los ministerios” como sacramento que deriva del bautismo, que confiere el sacerdocio común a todos los cristianos (3) .
La tradición posterior, que ha sacralizado al clero jerárquico (de manera que sólo puede haber eucaristía con un ministro “ordenado” de un modo jerárquico). Esta tradición ha “invertido” la experiencia de Jesús y de la Iglesia primitiva, que empezaba por las comunidades, que nombraban a sus propios ministros. Pues bien, pienso que ha llegado el momento de invertir esa inversión, de manera que el conjunto de la iglesia (no sólo la jerarquía) recupere su libertad creadora, su sacerdocio de base.
Resulta fundamental recuperar ese sacerdocio de base. Siempre que un grupo de cristianos se reúna, de buena fe, en nombre de Jesús, escuche su palabra e invoque su memoria en el pan y vino compartido, podemos y debemos afirmar que existe eucaristía, encarnación sacramental de Dios por Cristo, iglesia. Actualmente, esa eucaristía no será oficial, si no está presente un obispo o presbítero, en nombre de la Iglesia jerárquica. Pero es verdadera eucaristía, siempre que se mantenga el recuerdo de Jesús y su palabra, en comunión concreta, en torno al pan de la vida, porque lo primero en la iglesia es ese sacerdocio de base.
El modelo actual de iglesia jerárquica y burocrática, como cúpula sacral que garantiza la unidad y la misión cristiana, es secundario y posterior, de manera que puede y debe ser superado, para recuperar de nuevo la libertad de las primeras iglesias cristianas que celebraban por sí mismas la eucaristía, en comunión con otras iglesias. En esa línea, la Gran Iglesia sólo puede entenderse en forma de comunión de comunidades autónomas, que aprenden a celebrar por sí mismas, escogiendo para ello sus propios ministros.
Ha llegado el momento de explorar y expandir así un tipo de celebraciones que brotan de la misma vida cristiana, no por autosuficiencia o protesta anarquista, por evasión sectaria o rechazo del sacerdocio, sino por fidelidad a Jesús y por amor a las iglesias concretas, con su sacerdocio común, que se despliega allí donde unos hombres y mujeres se descubren invitados y llamados a celebrar juntos el don de Dios, integrados en la Gran Iglesia.
El sacerdocio es un don laical (del laos, pueblo) que Jesús ha ofrecido a sus fieles.
Los judíos nacionales se juntaban y formaban comunidad real, siempre que hubiera diez adultos, capaces de escuchar la Palabra y celebrarla, orando juntos, sin ordenaciones especiales, porque todos estaban 'ordenados", es decir, habilitados por la Palabra, de manera que habitaba en ellos la Shekina o Presencia divina (cf. Misná, Abot, 3, 2-14). De un modo semejante, los seguidores de Jesús y después todos los cristianos podían juntarse y se juntaban formando comunidad real, en torno a su Palabra y su Pan-Vino, recuerdo de Jesús, porque compartían el nuevo sacerdocio de Jesús (4) .
● La liturgia judía de la federación de sinagogas era y sigue siendo laical, pero exigía un tipo de cultura literaria, pues se centraba en la interpretación de la Palabra, contenida en el Libro que sólo un escriba podía leer, y en la capacidad de estudiar y comentar una Ley compleja, que sólo unos maestros especializados podían desentrañar; por eso, los judíos tendieron a convertirse en comunidad de laicos letrados, presidida por rabinos, escribas y maestros de la Ley. 
● La liturgia cristiana era y es también laical, pero en sentido aún más fuerte, como muestra la crítica evangélica contra los escribas y maestros, que tendían a monopolizar con su conocimiento superior la tradición del pueblo (cf. Mt 23). La iglesia debe seguir siendo laical y abierta a todos, sin necesidad de una casta letrados, expertos en libros y comentarios eruditos: basta que unos hombres y/o mujeres quieran recordar y celebrar la Palabra de vida y entrega de Jesús con el Pan y el Vino de la vida concreta, en este camino de muerte, para que surja iglesia, para que haya eucaristía (5) .
El seminario de la vida. 
En esa línea, los nuevos ministros no tendrán que especializarse al estilo sacral o burocrático, ni estudiar en seminarios separados para clérigos varones como ahora (desde el Concilio de Trento: 1545-1563), sino que habrán de ser hombres o mujeres de comunidad que, por vocación personal, carisma del Espíritu y aceptación comunitaria, quieran y puedan servir a la iglesia, sin dejar por ello su vida secular. 
No es buena la forma actual de alejamiento en seminarios de solos varones, ni es buena en modo alguno la ordenación 'absoluta' que les hace presbíteros u obispos para siempre, como si ese ministerio fuera un honor (un orden especial, una nobleza), sin participación real de la iglesia a la que han de servir, por inserción en una jerarquía separada. Los ministros han de surgir de un modo concreto de las mismas comunidades cuya Palabra de gracia y Pan de comunión asumen y comparten, para servicio de todos, durante el tiempo en que la misma comunidad les confíe su tarea al servicio del Reino, volviendo después, acabado el ministerio, al sacerdocio común de los fieles.
Según el Concilio de Calcedonia, centran el cristología, la ordenación "absoluta" de los clérigos es inválida, como lo expongo en la nota(6).
● Formación desde la Palabra. Estos ministros, que deben surgir de las comunidades, en cuyo nombre actúan, por gracia del Espíritu, han de ser hombres o mujeres que disciernen y dicen la Palabra de Jesús. No es necesario que sean especialistas literarios, como los escribas, ni oradores de renombre, pero deben procurar (y dejar) que se expanda por ellos la Palabra que viene de Dios y que vincula por gracia a quienes quieran aceptarla, rompiendo la dura propaganda de un sistema, que quiere imponer su ideología, al servicio del capital y el mercado.
La iglesia en conjunto y sus ministros en particular no tienen más capital que esa Palabra de libertad (es decir, de anuncio de Reino y de vida compartida) que escuchan y expanden, de tal forma que todos se descubran llamados por gracia, para así vivir en comunión personal (conforme al sacerdocio común de los fieles). Del Amor de Dios brota esa gracia “común” que nos capacita para compartir en Comunión la vida. Ella no consiste en decir cosas, sino en que podamos decirnos mutuamente, comunicarnos unos a los otros para ser lo que somos por gracia de Dios: Comunión Eucarística, vida hecha alabanza (7) .
● Formación para el Pan de comunión. La liturgia de Jesús vincula Palabra y Pan, en un grupo concreto, en solidaridad con las iglesias y en apertura concreta a los hombres. No es un rito separado, sino un (el) gesto central de la misma vida, que se expresa y concreta en la comunión de creyentes que, perteneciendo por un lado al sistema, superan, por otro, sus principios egoístas de imposición económica y mercado. Los celebrantes se reúnen por el gozo de hacerlo, de ser-en-comunión en Cristo; de esa forma, recordándole, celebran su Vida al compartirla en el Pan y Vino, que son dones de Dios, Presencia corporal del mismo Cristo y expresión de la mutua entrega de los fieles.
Sin duda, puede y deber haber uno o varios ministros que organizan la celebración, pero en sentido estricto son celebrantes todos los cristianos, que comulgan entre sí al comulgar en (a) Cristo. Todos los cristianos han de ser hombres y mujeres de comunicación; de un modo especial habrán de serlo los ministros, expertos en expresar y celebrar por Cristo el misterio de la vida compartida. Por eso, los ministros de la Eucaristía han de ser hombres o mujeres formados en la experiencia y tarea del pan compartido, desde el recuerdo y la utopía de Jesús (8) . 
Esta manera de entender la comunicación cristiana nos permite superar la estrechez de un racionalismo crítico o de una teoría de la información donde sólo se comparten razones o argumentos impersonales, superando también un tipo de capitalismo donde hay una “riqueza” (financiera u objetiva) que domina sobre todos, excluyendo a los más pobres. Los cristianos ofrecen y comparten la misma vida hecha palabra que engendra y educa, cura y acoge. Dar la palabra significa abrir un espacio de conversación para el otro, dejándole que sea. Darla hasta el fin supone compartir la vida y morir para que los otros sean y seamos juntos, como muestra el Pan y Vino compartidos. Compartiendo la Palabra de Jesús ellos comparten su pan, la vida hecha comunión, no capital.
Al servicio de esa palabra y de ese pan de la comunidad, que se abren a todos los pueblos, especialmente a los más pobres, están los ministros, hombres o mujeres, capaces de animar la comunicación mutua y la alabanza. 
● Las cartas pastorales (1 y 2 Ti, Tito), escritas en contexto patriarcal, suponían que sólo los buenos padres de familia (bien casados y con buenos hijos) podían ser ministros apropiados de la palabra eclesial.
● Una tradición católica posterior ha invertido ese principio (aunque siempre en línea masculina), suponiendo que sólo unos célibes especializados podían actuar como ministros. Pues bien, a partir del evangelio, hoy sabemos no hace falta que sean buenos padres o célibes especializados, sino simplemente hombres o mujeres de comunicación en gratuidad, capaces de ofrecer por amor, gratuitamente, su experiencia al servicio de la Palabra y de Cristo De esa forma se expande frente a la globalización del sistema la comunión mesiánica del evangelio (9) .
* Xabier Pikaza Ibarrondo
Artículo Publicado en El Blog de Xabier Pikaza el  01/02/2014
NOTAS
(1) El Sistema se eleva y expande como dios falso, sobre aquellos a quienes utiliza: es poder y sus servidores se vuelven 'poderosos', imponiendo su dominio a los demás, pero al fin acaban dominados por el mismo sistema. La Iglesia no se eleva ni impone sobre nadie, pues es la comunión de reunidos por la Palabra y Pan de Cristo; ella no conoce una autoridad que pueda separarse de la vida de los fieles que acogen y comparten la Palabra y el Pan.
(2) Se objetará que la iglesia ha recibido de Jesús o ha instituido sacramentos, sacralizando gestos o personas (bautismo, eucaristía, ministros ordenados...); pero ellos no escinden o separan, sino que expresan y ratifican el valor sagrado de la misma realidad profana, el origen de la vida creyente (bautismo), la comida compartida (eucaristía).
(3) Esta comunión inmediata de Palabra y Pan, de recuerdo de Jesús y comida en su nombre, constituye la esencia universal de la iglesia, a partir del bautismo, antes de las instituciones oficiales y de las jerarquías. Por eso, cada comunidad puede y debe buscar la manera de suscitar unos ministros (que no serán ya sacerdotes oficiales y sagrados, al estilo antiguo) al servicio de esa Palabra y Pan. Para que nazca una iglesia no hacen falta permisos, ni edificios, ni cuentas bancarias, ni funcionarios especiales, ni libros propios... Basta que un grupo de personas quieran juntarse para escuchar y hablar, comer y alegrarse de hacerlo, desde el Cristo. Por eso, en principio, todas las iglesias son “comunidades de base”. De esa manera, si quieren celebrar y celebran, recordando a Jesús, el misterio de su vida, con Palabra y Pan, ellos mismos son eucaristía, iglesia.
(4) Cada creyente se descubre por Jesús Hijo de Dios, presencia personal de su misterio, encarnación finita de la Vida infinita, en comunión con sus hermanos; por eso puede celebrar con ellos la liturgia de agradecimiento, Palabra y Pan compartido, que se identifica con la vida cristiana. Hacer que la validez de ese gesto dependa de una ordenación sacral de los ministros, dentro de un sistema unificado, implica invertir la dinámica del evangelio, ignorar la raíz judía y la novedad mesiánica de la iglesia.
(5) Lo que define a la iglesia no son los ministros consagrados para presidir los cultos, sino la existencia real de creyentes, que son encarnación de Dios en Cristo (como lo han celebrado en el bautismo) y así quieren expresarlo en la celebración de la Palabra y Pan de Jesús Lo que importan son las comunidades de creyentes; si ellas existen, surgirán en ellas, por dinámica interior y presencia del Espíritu, ministros que animen y organicen los diversos momentos de la celebración, como supone Pablo en 1Cor 12-14. 
Un grupo de creyentes, reunidos en nombre de Jesús, en casa particular o lugar común, puede y debe compartir la Palabra y Pan de Cristo, sin necesidad de especialistas laicos (escribas, doctores de la ley), jerarcas sacerdotes o permisos de una autoridad exterior 'competente'. Cada cristiano está capacitado en el grupo y por el grupo, en fidelidad a Jesús y por obra del Espíritu, en apertura católica, a dirigir con su presencia y gesto la liturgia. Sólo se requiere que la Palabra sea eficiente y el Pan-Vino sea compartido, sustentando y expresando desde Cristo la comunión real de los hermanos, en apertura al conjunto de las iglesias y de la humanidad.
En esa línea, no hace falta más ordenación que el bautismo (ser cristiano), ni más delegación expresa que la comunión real (de corazón y vida) con las restantes comunidades, en fidelidad al Espíritu y búsqueda del Reino. El problema de la iglesia no es que existan muchos o pocos ministros de tipo jerárquico antiguo o burocrático moderno, sino comunidades fieles a Jesús, que escuchen y proclamen su Palabra de comunión universal, en solidaridad concreta con los pobres, superando así el poder global idolatrado del Sistema. 
(6) Hay que recuperar con urgencia el rechazo de toda “ordenación absoluta”, siguiendo en eso al Concilio de Calcedonia, c. 6, Mansi VII, 376: “Toda ordenación absoluta sea nula” (cf. Dionisio el Exiguo, PL 67, 172-173); cf. P. Fernández, Sacramento del orden, San Esteban, Salamanca 2007, 51.
Eso significa que nadie puede ser obispo o presbítero en sí, sino sólo obispo o presbítero de una iglesia determinada, de manera que cuando deja su función deja de ser obispo o presbítero. Los ministros de la Iglesia sólo lo son en la medida en que realizan su función al servicio de ella. Si ministros se elevan como orden sagrado en sí mismo sobre el resto de los fieles pierden su valor cristiano. Los ministros surgen por carisma del Espíritu, desde la misma experiencia de las comunidades que les llaman y confieren su tarea, escuchando al fondo de ellas una voz de evangelio (Palabra y Pan compartido) que les alienta y eleva como misioneros. 
(7) Por eso, la formación en la Palabra (es decir, el “curriculum” de lo hoy se llama seminario) no puede ser una teología estudiada en centros de enseñanza técnica, sino un proceso de crecimiento en comunicación personal: los ministros no han de ser personas que saben más teología que otros, sino cristianos capaces comunicar y compartir el don de Jesús, decirse unos a otros, animando así el diálogo comunitario. La forma de celebración actual donde sólo habla el ministro y los demás escuchan responde a una concepción jerárquica y sacral de la Palabra y debe superarse. No hay Pan común (que todos comulguen) sin Palabra común.
(8) Como decía Isaías "toda carne es hierba y su belleza como flor campestre; se agosta la hierba, se marchita la flor..., pero la Palabra de nuestro Dios permanece para siempre" (Is 40, 6-8). Los bienes del mundo se pudren y acaban (cf. Mt 6, 19-21). Pero la comunidad mesiánica centrada en la Palabra y Pan de Jesús permanece para siempre. Por eso, el ministro cristiano tiene la tarea de dar testimonio de esa comunión de Cristo, en la que no existen ya unas palabras profanas (de laicos) y otras sagradas (de clérigos), pues Dios se encarna en todos los creyentes, de manera que su Palabra se identifica con la misma Vida de los fieles. Toda carne es hierba, muere la naturaleza, mata y se pudre el sistema, pero aquellos que comparten la Palabra y Pan del Cristo permanecen por siempre. Dios ha confiado a todos los cristianos una Palabra que les desborda: encarnándose en ellos, de manera que pueden y deben decirla diciéndose a sí mismos. 
En este fondo se supera la ruptura o disyunción que separaba a Dios del mundo, lo sagrado y lo profano, sin caer en una identidad panteísta que disuelve y niega las dualidades. La carne sigue siendo carne, el tiempo es muerte, pero esa misma carne en el tiempo es por Jesús revelación de Dios, amor que los creyentes celebran dándose la Vida (Palabra) unos a otros. Por eso, debemos superar el riesgo de un individualismo existencial (tendencia protestantes) y de una sacralidad separada de la vida real (tendencia católica), descubriendo así que nuestra misma vida es Palabra que recibimos (escuchando a Dios) y damos (al darnos a nosotros mismos).
(9) Los creyentes se descubren Palabra de Dios y Presencia de Jesús y lo celebran en un gesto estrictamente secular, propio de grupos, que van surgiendo por sí mismos y se extienden, y así lo celebran, como células de libertad y comunión a lo largo y a lo ancho de la tierra. De esa forma la iglesia eucarística quiere hacerse y ser universal, vinculando desde los creyentes a todos los humanos, en camino que puede presentar como nuevo éxodo para los hebreos, hégira para los musulmanes. 



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