CRISTIANOS PARA EL
TERCER MILENIO Y EL SÍNODO PARA LA FAMILIA
Nuestro aporte al Sínodo de la Familia.
Quienes formamos Cristianos para el Tercer Milenio
nos sentimos convocados a hacer nuestro aporte al próximo “Sínodo de la
familia”. Para ello hemos pedido el auxilio del Espíritu Santo y
recordando aquello de que “cuando dos de vosotros estén reunidos en
mi nombre, allí estaré yo”, hemos debatido fraternalmente.
Lo que sigue es el resultado de esa reflexión
colectiva.
Familia y matrimonio.
Entendemos como familia a todo conjunto de personas
que, unidas por el amor y con compromiso de permanencia, desarrolla un proyecto
común que incluye el apoyo, el impulso, el auxilio, el sostén y el
acompañamiento mutuo frente a toda circunstancia.
En este sentido comprobamos que el matrimonio, formalizado
o no ante la autoridad civil, no es más que una de las muchas formas de familia
que se encuentran en la sociedad de hoy.
A la vez entendemos que hay distintas formas y
concepciones del matrimonio, siendo el de los cristianos aquel en el que
la fe de sus integrantes, el amor que se profesan y el compromiso de
desarrollar una vida en común, los convierte en ministros del sacramento
matrimonial cuenten o no con la bendición eclesial.
Hijos
El cambio de las condiciones económico-sociales en
que se desarrolla hoy la vida de las familias y el imperio de nuevas normas
culturales respecto al desarrollo laboral y profesional de sus miembros, hace
que, para muchas de ellas, los hijos hayan dejado de ser su objetivo
inicial. Sin embargo esto no equivale a decir que los hijos no interesen
a las familias actuales. Por el contrario la experiencia nos demuestra que una
amplia mayoría de familias sigue canalizando su amor mutuo en la búsqueda de hijos.
Prueba de esto son los muchos casos en que el deseo de descendencia se canaliza
por la adopción o por las nuevas formas que el avance científico permite,
algunas de ellas verdaderamente esforzadas y costosas.
Familia, sociedad de consumo y transmisión de los
valores evangélicos
La cultura propia de la sociedad de consumo, la
inestabilidad laboral y la incentivación de la competencia como paradigma de la
actividad humana, productos directos e inevitables de la perversidad del
sistema capitalista, dañan gravemente el tejido social en general y la
estabilidad familiar en particular.
Vivir y transmitir a los hijos los valores
evangélicos y la importancia de la oración, dos de los roles centrales de la
familia cristiana, es una tarea muy difícil en un contexto de injusticia
social, distribución regresiva de la riqueza y propagación mediática de modelos
de vida superficiales, hedonistas e insolidarios.
Más difícil aun cuando no siempre y no toda la
Iglesia, denuncia y predica constante y perseverantemente que el capitalismo es
anticristiano, que la usura es anticristiana y que la competencia como motor de
la vida social es también anticristiana. Si la Iglesia toda no acompaña
activamente las denuncias que en este sentido hace hoy Francisco, es decir, si la
Iglesia toda no predica y trata de vivir el Evangelio, la transmisión de los
valores cristianos a los hijos se vuelve una empresa plena de dificultades y
para muchos, insalvables.
Con una Iglesia Institucional fuertemente
cuestionada y desvalorizada, el recurso de las familias para transmitirles los
valores evangélicos a los hijos es el compromiso y la participación de sus
miembros en la vida pública y en la militancia política y social.
Mostrarnos comprometidos con la cultura de la solidaridad y practicarla, es
nuestro recurso. La inacción o, peor aún, el compromiso de la Iglesia con
el poder, conspiran contra la familia y contra su rol de sembradora del
Evangelio en los hijos y en el resto de sus miembros.
Sexo y amor
Tampoco contribuyen a la transmisión de los valores
cristianos la insistencia de la Iglesia en normas tradicionales que no tienen
una clara inspiración evangélica. El caso de la moral sexual es uno de los
ejemplos posibles.
Aunque esto parece estar cambiando hoy, lo cierto
es que el énfasis puesto en la condena de las relaciones sexuales fuera del
matrimonio fue superior al puesto en denunciar el mayor de los pecados, que es
el abandono del prójimo, la indiferencia frente su dolor, su pobreza y su
exclusión o en condenar crímenes aberrantes como lo son la tortura, la
desaparición de personas, el secuestro y privación de la identidad de menores y
la pedofilia.
La Iglesia debería formular y difundir una
catequesis sobre lo verdaderamente gozoso de la experiencia sexual entre dos
personas que se aman.
Como cristianos entendemos que las condiciones para
hacer una valoración positiva de la práctica del sexo entre dos personas que se
quieren son el consentimiento, la responsabilidad y la madurez.
Dignidad de la mujer.
La familia puede contribuir enormemente a la
valoración igualitaria de la dignidad del hombre y la mujer. Será
esencial para ello que las familias se esfuercen en vivir esa valoración
igualitaria de los hombres y mujeres que las integran. En este sentido queremos
recalcar que la Iglesia, como la gran familia que debe ser, tiene también un
largo trecho que recorrer para llegar a ser modelo del tratamiento igualitario
de la mujer.
Control de la natalidad
Parte de la valoración de la mujer que reclamamos
es el permitir que ella, en conjunto con su pareja, decida libremente el
momento y el número de los hijos por venir, lo que incluye también la libertad
en la elección del método de regulación que prefieran con el único límite de
aquellos que son indiscutiblemente abortivos.
Eucaristía y Divorciados
Creemos en este punto que la Iglesia debería
señalar la libertad de conciencia con que los cristianos pueden decidir su
acceso a la eucaristía. Esto incluye muy especialmente a los divorciados
en nueva unión. Lo decimos claramente: creemos firmemente que los divorciados
pueden acceder a la eucaristía libremente y sin ningún tipo de permiso o
dispensa que los diferencie del resto de los fieles. Tantas veces el Señor nos
dijo que él vino a curar a los enfermos y a los afligidos que nos resulta
inimaginable pensar a Jesús, negándoles el “pan de vida”, a las hermanas y
hermanos divorciados que han vuelto a unirse con la voluntad de construir una
nueva familia.
Matrimonio igualitario
En general, aunque con algunos matices, quienes integramos
Cristianos para el Tercer Milenio aceptamos el matrimonio igualitario como una
expresión más de la libertad, la dignidad y el amor humano.
Lo mismo entendemos en general con respecto a los
hijos adoptivos de este tipo de matrimonio. Aunque en este aspecto seguramente,
no puede abrirse el crédito a cualquier método de obtención del embarazo o el
alumbramiento. Este comentario es, naturalmente, válido también para los
matrimonios heterosexuales.
Aborto y Penalización del aborto
En este tema tenemos como grupo una clara
coincidencia en el rechazo al aborto y muy especialmente al intento de
plantearlo como un derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo.
No existe sin embargo la misma coincidencia en
cuanto a la penalización jurídica del aborto.
Algunos entre nosotros argumentamos sólidamente en
favor de la despenalización del aborto por entender que la penalización no sólo
no disminuye su número, sino que produce el fenómeno del negocio del aborto
clandestino, negocio que a su vez segmenta trágicamente a la sociedad: quienes
no tienen los medios económicos suficientes para hacerse un aborto con las
condiciones de seguridad requeridas, pueden con frecuencia pagarlo son su vida.
La penalización rige entonces sólo para los pobres y no disminuye el número de
abortos, de allí que entendemos que debería despenalizarse. Se argumenta además
que la despenalización permitiría identificar a las mujeres que intentan
abortar, hacer con ellas una fuerte tarea de acompañamiento económico, médico,
psicológico y religioso y, por esa vía, tratar de evitar el aborto. Entendemos
además que esta actitud manifiesta un compromiso mucho mayor con nuestras
hermanas y sus hijos no nacidos aun, que la pretensión de calmar nuestras
conciencias descansando en la manifiesta ineficacia de la ley penal.
Otros en cambio argumentamos con igual convicción,
que debemos tener en cuenta que la ley cumple con una función docente e indica
lo que para una sociedad es bueno o es malo. Despenalizar el aborto daría el
mensaje de que se pueden tolerar determinadas formas de muerte y esto es una
señal negativa y confusa para la sociedad. En el mismo sentido sostenemos
que el derecho penal tiene un aspecto negativo que es la pena y un aspecto
positivo que es el bien jurídico protegido. En el caso del aborto, el bien
jurídico protegido es la vida por lo que al despenalizarlo se desprotege la
vida que junto con la Fe constituyen los máximos dones dados por Dios a sus
creaturas. Coincidentemente, desde el ángulo de los Derechos Humanos nos oponemos
a la despenalización afirmando que si el feto ya es un ser humano, el aborto es
entonces una violación del derecho a la vida.
En lo que todos los miembros de CTM volvimos a
coincidir es en la necesidad de que la Iglesia cree y desarrolle una fuerte acción
pastoral dedicada a las personas en riesgo de embarazos precoces o no queridos,
madres solteras y madres-niñas Esta pastoral debería incluir también una fuerte
y sostenida acción de ayuda, una fuerte acción de acompañamiento, reflexión y
discernimiento con las personas en situación de decidir un aborto y también con
las personas que atraviesan el duelo y la crisis posterior a él.
Reclamamos entonces con la energía que la gravedad
de la cuestión exige, que la Iglesia encare urgentemente esta acción pastoral y
le dedique personal, recursos y tiempo, en proporción a la magnitud del
problema. Le pedimos también que la convocatoria a los cristianos a apoyar esta
nueva acción pastoral se haga, por lo menos, con el mismo énfasis con que se
los convoca a rechazar el aborto.
Los Cristianos para el Tercer Milenio elevamos
estas reflexiones con la fundada esperanza de que ayuden a los padres sinodales
a contemplar algunos aspectos de la realidad actual, a la luz del único
mandamiento que nos dejó Jesús: el del amor sin condiciones a Dios y a nuestro
prójimo. Es en ese amor que fundamos todas las relaciones humanas y el sentido
de nuestra propia existencia.
Visto también de ese modo, esperamos contribuir
modestamente a que la Iglesia, modelo de familia presidida por Cristo,
congregue realmente y sin exclusiones, a todo el Pueblo de Dios.
Ángel Bruno, Alicia Pierini, Alicia Ladrón de
Guevara, Ana Cafiero, Cristina Domeniconi, Rodolfo Brardinelli, Luis Miraldi,
Rodolfo Briozzo, Juan L. Manazzoni, Felipe Solá, Fátima Ruiz López, Hernán
Patiño Mayer, Rogelio Ponsard, Beatriz Noceti, Miguel Ángel Ferrara Monje