UNA EXPERIENCIA
RELIGIOSA
Queridos Compañer@s y
Amig@s de Cristianos para el Tercer Milenio:
Como ya saben y si no
se los cuento, tuve la gracia de estar en Roma y participar el 9 de la
audiencia general de los miércoles. Por la posición privilegiada -los
privilegios que otorgan la amistad y la militancia compartida, no son
estrictamente privilegios- que nos consiguió Juampi Cafiero, pudimos con María
saludar a Francisco, conversar con él y verlo moverse en medio de la
parafernalia protocolar vaticana. Era un día muy especial. Llovía
intermitentemente y había hecho en el papamóvil descubierto todo el circuito de
la plaza, repleta de gente. Terminó “empapado”, de que otro modo puede terminar
un papa que se dedica a abrazar al pueblo bajo la lluvia. Luego de un breve
pero rico mensaje al estilo Bergoglio,
donde como siempre hace, tituló y luego desagregó en tres puntos elegidos como
ejes de su exposición. En este caso trató sobre el significado de la
catolicidad de la Iglesia (universal, abierta a todos y donde conviven la
unidad con la diversidad) en mi opinión
de manera excelente. Terminadas las múltiples traducciones de su
exposición en italiano, comenzó con los saludos. Primero a los obispos que
venían de afuera. Serían unos cincuenta.
Con cada uno un intercambio verbal
de varios minutos que a los que esperábamos bajo el plomizo cielo romano
se nos hicieron eternos, sobre todo por el temor de que la lluvia, literalmente
nos aguara la fiesta. Bajó luego las escaleras
para bendecir uno por uno a varias decenas de enfermos alineados en sus sillas o camas con ruedas,
para finalmente venir hacia nosotros. Me pareció verlo muy cansado
y caminando lentamente. El físico a los 76 y con una salud baqueteada, pasa y
cobra facturas. No obstante la cara se le ilumina, cuando te saluda, te mira y
sobre todo te escucha. Cuánta necesidad de ser escuchados en este mundo donde
se almacenan soledades y los ruidos no nos dejan escucharnos. Si los que
tenemos o tuvimos responsabilidades públicas lo hubiéramos sabido, cuánto bien
hubiéramos hecho y nos hubiéramos hecho, abriendo los oídos y cerrando la boca.
Vivimos con María una emoción muy grande. Pero al mismo tiempo sufrimos una
brusca toma de conciencia acerca de lo que este hombre, venido del fin del
mundo que es definitivamente nuestro mundo, ha decidido enfrentar. Es muy
difícil ignorar que detrás de cada besamanos y de cada genuflexa expresión de
veneración protocolar, se ocultan ambiciones frustradas y posiciones de poder
que se sienten y se saben amenazadas. Creo que hoy más que nunca, tenemos que
tomarnos en serio y cumplir con su pedido que se parece cada día más a la
súplica de un desposeído. El “RECEN POR MÍ” no fue ni es, como algunos lo
piensan una frase de ocasión, demagógica y de falsa modestia. Fue y es, al
menos así lo sentimos nosotros, un pedido mendicante y esperanzado de apoyo y
acompañamiento en la súplica por la asistencia del Espíritu. Pedido al que no
podemos negarnos y ante el que no podemos distraernos, sin traicionar nuestro
compromiso como miembros del pueblo peregrino de Dios. Termino estas
impresiones surgidas al calor del insomnio de un viaje que le agregó seis horas
a mi vida con una anécdota que como todas no hablan más que de ellas mismas,
pero ayudan a pensar. Mientras esperábamos embarcar en Fiumicino en nuestra
cola popular de la clase económica, se formó al lado la menos poblada de la
clase ejecutiva. Encabezaban la misma, dos curas americanos, impecablemente
trajeados con camisas con gemelos y portafolios de cuero que lucían como recién
comprados. Su imagen de burócratas graduados era inocultable. Estuve a punto de
acercarme y preguntarles si eran sacerdotes católicos y en su caso -eran mucho
menos viejos que yo- si estaban bien de salud, ya que de ser así se estaban
perdiendo la oportunidad de vivir con nosotros -viajaban muchos grupos de
católicos yanquis con sus modestos párrocos- una experiencia testimonial de la
Iglesia pobre para los pobres, a la que nos convocó Francisco. No lo hice y me
arrepiento porque yo también arrugué ante el temor reverencial que el
clericalismo nos ha inyectado a los laicos, paralizándonos frente al
zigzagueante ondular de las sotanas. Un abrazo fuerte a
todos.
Hernán Patiño Mayer
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