Somos un grupo de laic@s hermanad@s en la Fe Cristiana.

Nos convocó inicialmente la insolente provocación del ex dictador Jorge Videla al reivindicar los crímenes aberrantes del terrorismo de estado, reconocer la complicidad o indiferencia de integrantes de la jerarquía eclesiástica y hacer público su libre acceso al sacramento de la Eucaristía.

Hicimos nuestro firme reclamo a la Conferencia Episcopal y manifestamos nuestra frustración frente a una respuesta que consideramos insuficiente.

Aguardamos aún que se ponga en marcha un nuevo compromiso con la verdad y se enfrente con decisión una cuestión que, por formar parte de su propia historia, es una deuda que reclama una pronta y completa superación. La continuidad del silencio afecta la credibilidad pastoral en el pueblo de Dios.

A partir de entonces hemos decidido darle continuidad a nuestra vocación y compromiso, como modestos protagonistas del proceso de transformación de nuestra Iglesia, recordando cada día los valores evangélicos y esperanzados en el liderazgo del papa Francisco, imploramos la asistencia de Nuestra Señora de Luján, madre y mediadora ante Cristo nuestra Esperanza.

viernes, 11 de octubre de 2013

UNA EXPERIENCIA RELIGIOSA

Queridos Compañer@s y Amig@s de Cristianos para el Tercer Milenio:

Como ya saben y si no se los cuento, tuve la gracia de estar en Roma y participar el 9 de la audiencia general de los miércoles. Por la posición privilegiada -los privilegios que otorgan la amistad y la militancia compartida, no son estrictamente privilegios- que nos consiguió Juampi Cafiero, pudimos con María saludar a Francisco, conversar con él y verlo moverse en medio de la parafernalia protocolar vaticana. Era un día muy especial. Llovía intermitentemente y había hecho en el papamóvil descubierto todo el circuito de la plaza, repleta de gente. Terminó “empapado”, de que otro modo puede terminar un papa que se dedica a abrazar al pueblo bajo la lluvia. Luego de un breve pero rico  mensaje al estilo Bergoglio, donde como siempre hace, tituló y luego desagregó en tres puntos elegidos como ejes de su exposición. En este caso trató sobre el significado de la catolicidad de la Iglesia (universal, abierta a todos y donde conviven la unidad con la diversidad) en mi opinión  de manera excelente. Terminadas las múltiples traducciones de su exposición en italiano, comenzó con los saludos. Primero a los obispos que venían de afuera. Serían unos cincuenta.  Con cada uno un intercambio verbal  de varios minutos que a los que esperábamos bajo el plomizo cielo romano se nos hicieron eternos, sobre todo por el temor de que la lluvia, literalmente nos aguara la fiesta. Bajó luego las escaleras  para bendecir uno por uno a varias decenas de enfermos  alineados en sus sillas o camas con ruedas, para finalmente  venir  hacia nosotros. Me pareció verlo muy cansado y caminando lentamente. El físico a los 76 y con una salud baqueteada, pasa y cobra facturas. No obstante la cara se le ilumina, cuando te saluda, te mira y sobre todo te escucha. Cuánta necesidad de ser escuchados en este mundo donde se almacenan soledades y los ruidos no nos dejan escucharnos. Si los que tenemos o tuvimos responsabilidades públicas lo hubiéramos sabido, cuánto bien hubiéramos hecho y nos hubiéramos hecho, abriendo los oídos y cerrando la boca. Vivimos con María una emoción muy grande. Pero al mismo tiempo sufrimos una brusca toma de conciencia acerca de lo que este hombre, venido del fin del mundo que es definitivamente nuestro mundo, ha decidido enfrentar. Es muy difícil ignorar que detrás de cada besamanos y de cada genuflexa expresión de veneración protocolar, se ocultan ambiciones frustradas y posiciones de poder que se sienten y se saben amenazadas. Creo que hoy más que nunca, tenemos que tomarnos en serio y cumplir con su pedido que se parece cada día más a la súplica de un desposeído. El “RECEN POR MÍ” no fue ni es, como algunos lo piensan una frase de ocasión, demagógica y de falsa modestia. Fue y es, al menos así lo sentimos nosotros, un pedido mendicante y esperanzado de apoyo y acompañamiento en la súplica por la asistencia del Espíritu. Pedido al que no podemos negarnos y ante el que no podemos distraernos, sin traicionar nuestro compromiso como miembros del pueblo peregrino de Dios. Termino estas impresiones surgidas al calor del insomnio de un viaje que le agregó seis horas a mi vida con una anécdota que como todas no hablan más que de ellas mismas, pero ayudan a pensar. Mientras esperábamos embarcar en Fiumicino en nuestra cola popular de la clase económica, se formó al lado la menos poblada de la clase ejecutiva. Encabezaban la misma, dos curas americanos, impecablemente trajeados con camisas con gemelos y portafolios de cuero que lucían como recién comprados. Su imagen de burócratas graduados era inocultable. Estuve a punto de acercarme y preguntarles si eran sacerdotes católicos y en su caso -eran mucho menos viejos que yo- si estaban bien de salud, ya que de ser así se estaban perdiendo la oportunidad de vivir con nosotros -viajaban muchos grupos de católicos yanquis con sus modestos párrocos- una experiencia testimonial de la Iglesia pobre para los pobres, a la que nos convocó Francisco. No lo hice y me arrepiento porque yo también arrugué ante el temor reverencial que el clericalismo nos ha inyectado a los laicos, paralizándonos frente al zigzagueante ondular de las sotanas. Un abrazo fuerte a todos.


Hernán Patiño Mayer

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