Somos un grupo de laic@s hermanad@s en la Fe Cristiana.

Nos convocó inicialmente la insolente provocación del ex dictador Jorge Videla al reivindicar los crímenes aberrantes del terrorismo de estado, reconocer la complicidad o indiferencia de integrantes de la jerarquía eclesiástica y hacer público su libre acceso al sacramento de la Eucaristía.

Hicimos nuestro firme reclamo a la Conferencia Episcopal y manifestamos nuestra frustración frente a una respuesta que consideramos insuficiente.

Aguardamos aún que se ponga en marcha un nuevo compromiso con la verdad y se enfrente con decisión una cuestión que, por formar parte de su propia historia, es una deuda que reclama una pronta y completa superación. La continuidad del silencio afecta la credibilidad pastoral en el pueblo de Dios.

A partir de entonces hemos decidido darle continuidad a nuestra vocación y compromiso, como modestos protagonistas del proceso de transformación de nuestra Iglesia, recordando cada día los valores evangélicos y esperanzados en el liderazgo del papa Francisco, imploramos la asistencia de Nuestra Señora de Luján, madre y mediadora ante Cristo nuestra Esperanza.

martes, 25 de marzo de 2014

BALANCE DE UN AÑO DE PAPADO

El imprevisible ‘tsunami’ del Papa Francisco
Por Benjamín Forcano *

18/3/2014
Con el papa Francisco hay liberación y se cumplen las promesas
Llueven, al cabo de un año de ser elegido, las sumas, balances e interpretaciones del papa Francisco. Unas y otras proceden de muy diversos lugares y sujetos, pero hay unanimidad en que Francisco  ha abierto, o mejor, ha retomado la primavera interrumpida del concilio Vaticano II.
Lo han destacado dos lugares y sujetos importantes: el pueblo y los teólogos, esos teólogos que no entendían su teología fuera o por encima del pueblo y que les tocó arrostrar no pocas reprimendas por sentirse pueblo y hacer teología desde y para el pueblo. Sin el pueblo y sin estos teólogos, artífices en gran parte del concilio, no se entendería el “fenómeno” del Papa Francisco. Desde antes, mucho antes de su elección, Francisco estaba siendo pueblo y sintonizaba con la búsqueda de los teólogos represaliados.
Por donde quiera que se lo mire, el ángulo de vista de todos es el mismo: volver al Evangelio, poner en primer plano la vida y el mensaje del Nazareno. Y, a partir de ahí, vendrá todo lo demás.
Lo ha expresado vivamente en su Gaudii Evangelium:
La invitación de encontrarse con Jesús es para todos. “Todos somos llamados  a esta nueva “salida” misionera, a salir de la propia comodidad  y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (pág.20). ”La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos  en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores  tienen así “olor a oveja” y estas escuchan su voz” (24). “Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo  inseparable  entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos” (48 ). Abandonemos el cómodo criterio pastoral de “siempre se ha hecho así”. Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades” (33).
Hay que llegar allí a donde se gestan los nuevos paradigmas.“Las distintas líneas de pensamiento filosófico, teológico y pastoral, si se dejan armonizar por el Espíritu en el respeto y el amor, también pueden hacer crecer a la Iglesia, ya que ayudan a explicitar mejor el riquísimo tesoro de la Palabra” (40).”La teología en diálogo con otras ciencias  y experiencias humanas  tiene gran importancia  para pensar cómo hacer llegar  la propuesta del Evangelio a la diversidad  de contextos culturales y destinatarios” (133). “La tarea de los exégetas y teólogos ayuda a “madurar” el juicio de la Iglesia” (40). “Y los convoco a cumplir este servicio como parte de la misión salvífica de la Iglesia” (133). Pero, “cabe recordar que todo adoctrinamiento  ha de situarse en la actitud evangelizadora  que despierte la adhesión del corazón con la cercanía, el amor y el testimonio” (42).
Jesús invita a todos a vivir la revolución  de la ternura en  la Iglesia-Pueblo de Dios. “Para ser evangelizadores  de  alma, hace falta desarrollar el gusto de estar  cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir  que eso es fuente  de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por el pueblo” (268)  “Jesús mismo es el modelo de esta opción evangelizadora  que nos introduce en el corazón del pueblo. ¡Qué bien nos hace mirarlo cercano a todos!” (269). “Y puesto que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, hemos de avanzar hasta logar una conversión pastoral de las estructuras centrales de la Iglesia universal. Un excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia, y su dinámica misionera” (32). Ahora, “No debe esperarse del magisterio papal  una palabra definitiva  o completa sobre  todas las cuestiones que afectan a la Iglesia y al mundo. No es conveniente que el papa reemplace  a los episcopados locales en el discernimiento de todas las problemáticas que se plantean  en sus territorios. Es necesario avanzar en una saludable descentralización” (16) .
Adrede he traído estos textos porque, junto a otros muchos, muestran con claridad el “milagro simbiótico”, que pocos esperaban,  entre el Papa, el Pueblo y los teólogos.
El Papa Francisco no es un meteorito caído del cielo, ni el pueblo una masa de reacciones imprevistas, ni los teólogos unos pensadores  que especulaban sobre las nubes. Entre uno y otros había una textura secreta, un enlazamiento íntimo de años que se hizo vibración conjunta cuando el  cardenal Jorge Bergoglio apareció en el balcón de la plaza del Vaticano y dio sus primeras señas de identidad. La incertidumbre, el escepticismo, la decepción acumulada estaban destinadas a disolverse en  pocas semanas. La liberación era un hecho y la renovación y las reformas anunciadas una promesa a cumplir.
Este “milagro” dejaba entrever, aunque atraviese inadvertido para quienes lo miran superficialmente, una realidad triple que va a sustentar y potenciar el camino emprendido:
-          La realidad de que la comunidad eclesial había crecido en madurez y conciencia, en asimilación de una fe más ilustrada y personal, de un pensamiento y acción más autónomos, de una responsabilidad mayor de participación y derechos democráticos.
-          La realidad de un Papa que venía de una formación tradicional originaria y sólida,  fraguado en situaciones de desigualdades enormes, de  injusticias y luchas por los más pobres y de estimular una fe y un seguimiento de Jesús que requerían hondas transformaciones de la Iglesia.
-          Y la realidad de unos teólogos que habían batallado hasta la extenuación por hacer vivo y liberador el proyecto del Nazareno: toda teología o es liberadora  o no es teología.
Y todo esto quedó paralizado en el posconcilio.
No había, pues, improvisación sino como dice el teólogo moralista Marciano Vidal en un magnífico artículo (Éxodo, nº 122): “ El fenómeno del papa Francisco, sin ser previsible del todo, tiene la garantía de haber sido deseado y pre-sentido, visto como una liberación y como la realización de una promesa”.
No sólo ha  cambiado la música sino también la letra
El fenómeno Papa Francisco  no todos lo analizan como se está desenvolviendo, sino que  lo desnaturalizan al pasarlo por el filtro de la propia interpretación. Pesa en ello la rémora de siglos que acompaña a la Iglesia católica y que, en virtud de ella, lleva a suponer que es imposible una renovación de su doctrina y estructuras.
Por eso, entiendo que hay quien prejuzgue la actuación del Papa Francisco como un  cambio coyuntural, de externas y pasajeras modificaciones y no de sustanciales mutaciones. Todo se reduciría a una operación hábil de marketing, de actos y gestos singulares, con proyección de un cambio de imagen atractiva, pero que no afectaría en nada a la doctrina y estructura de la Iglesia.
En mi opinión, ésta y otras interpretaciones son fruto más de un desengaño  enconado o puede que de una impaciencia pueril que no sitúa y pondera la magnitud y dificultad de ciertas reformas y que, al no darse de inmediato, se consume en protesta criticona por una suerte de impotencia insuperable. Son los que casi se alegrarían de que acabaran en fracaso los sueños renovadores del Papa Francisco.
Personalmente, y tras leer y reflexionar detenidamente el documento que puede considerarse Programa del Papa FranciscoGaudii Evangelium = La Alegría del Evangelio”, no dudo en afirmar que en él hay un cambio radical de doctrina y también de estructuras, que precisan de tiempo y espacio para irse implantando.
Pero, al mismo tiempo, pienso que quienes se muestran reacios a admitirlo, es porque añoran que el Papa Francisco no vuelva a ser ni actuar como los papas anteriores, con un poder central absoluto. O ignoran que el Papa ha dado por terminado ese estilo y no está dispuesto a continuarlo.
“La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra y para eso estoy en este mundo” (273). “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo” (27).
Pero hay algo más serio: ni la añoranza ni la ignorancia sirven de excusa para no aceptar lo que él, con meridiana claridad, viene afirmando y demostrando: que el nuevo estilo evangelizador es tarea de todos, no sólo de él, y que sin el empeño y participación de todos, no es posible la renovación deseada y  programada.
Es ahí donde reposa la novedad radical y la base y condiciones para una nueva evangelización, para un cambio de mentalidad y para un nuevo modo de estructura y gobierno de la Iglesia.
Quien pretenda encomendar al Papa toda la responsabilidad, al estilo antiguo, quien no asimile y haga propia la revolución doctrinal que propone y siga mostrándose pasivo, extraño y poco o nada comprometido en esta tarea, no se equivoca: permitirá que la Iglesia siga siendo autoritaria al máximo, clerical, clasista y discriminatoria, prepotente, acorde con un derecho canónico y unos procedimientos arbitrarios, opuestos a lo que   exige la dignidad y derechos de la persona y los principios básicos del Evangelio.
Un programa  innovador por ser radicalmente evangélico
No encuentro palabras más elocuentes para describir la ausencia padecida de este significado innovador que las escritas por el teólogo José Mª Díez Alegría: “¿Se dio el secuestro de Jesús por parte de la Iglesia? El secuestro de Jesús ha consistido en quitar de en medio a Jesús para poner en su lugar a la Iglesia. Lo quitó de en medio la Iglesia, pero a la operación han ido contribuyendo, a través de la historia, sobre todo los jerarcas y, en general, los “hombres de iglesia”. De modo que a Jesús lo tienen los “hombres de iglesia” y hay que ir a ellos  para poder llegar a Jesús. (Que luego, en el fondo, casi no es llegar, porque los hombres de iglesia están siempre al acecho para decirte que ellos dominan tu relación con Jesús, y te lo quitan  si tú no haces lo que a ellos les dé la gana)… Ellos mandan. Con ellos hay que entenderse. A ellos hay que obedecer. De lo contrario, no hay Cristo que te valga, porque ellos son los amos, y Cristo tiene que estar a lo que ellos digan. Cuando ser cristiano, en último término, es querer a Jesús, y escuchar la invitación que nos dirige: Tú sígueme”. (In Memoriam, homenaje de amigos, Nueva Utopía, pp. 59-61).
Secuestro que, hecho de una u otra manera, hasta puede que de buena muchas veces, está ahí. Al Papa Francisco más que entrar en la Iglesia le preocupa que la  gente llegue a Jesús, lo conozca y crea en él.
De hecho, eligió como título de su primera Exhortación La alegría del evangelio. Francisco nos recalca que el mundo actual experimenta el riesgo de una tristeza  individualista, en el que  caen también los creyentes, convirtiéndose en “seres resentidos, quejosos, sin  vida” y que es consecuencia de la opción de una vida cómoda y avara, clausurada en los propios intereses, sin espacio para los demás y que no  vibra con el entusiasmo de hacer el bien. Esto no responde a lo que Dios desea de nosotros ni al espíritu que nos ha comunicado en Cristo resucitado.
Nuestra sociedad tecnológica nos brinda muchas ocasiones de placer y muy escasas para generar alegría. En cambio, para el Papa Francisco la adhesión a la Persona de Jesús da un nuevo horizonte a la vida y hace vivir la belleza del gozo con sencillez y desprendimiento.
Poseer esta alegría está al alcance de todos, basta con encontrarse con Jesús que nos espera con los brazos abiertos, “Nadie puede quitarnos la dignidad que nos comunica este amor infinito e inquebrantable, su ternura nunca nos desilusionará, la resurrección de Jesús está ahí para impedir declararnos muertos”. (Cfr. Gaudii Evangelium, 1-10).
Se entiende entonces que al Papa Francisco le salgan espontáneas miles de palabras que nos reconducen al Evangelio: “Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura  original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción evangelizadora es siempre “nueva” (11).
Es la eterna novedad del Evangelio que él, con sus nuevos caminos y métodos, sus nuevas palabras, formas y signos de expresión está  marcando. ¿Y nosotros qué novedad estamos marcando? ¡Nosotros, los que tanto le observamos y pedimos!
Pocas veces he conseguido poder aplicar a un Papa las palabras que a éste le aplicaría seguramente el renombrado biblista Joachim Jeremías: “Jesús invita a su mesa a los publicanos, a los pecadores, a los marginados, a los reprobados; él llama al gran banquete a las gentes de los caminos y las lindes (Lc 14,16-24). Cada página del evangelio nos habla del escándalo, de la agitación, de la inversión de valores que Jesús provoca llamando precisamente a los pecadores. Continuamente se le pidieron razones de esta actitud incomprensible y, continuamente, sobre todo por medio de sus parábolas, Jesús dio la misma respuesta: Dios es así. Dios es el padre que abre la puerta de la casa al hijo pródigo; Dios es el pastor que se llena de alegría cuando encuentra la oveja perdida; es el rey que invita a la mesa a los pobres y mendigos”.
Y el Papa Francisco: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada  por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada  por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida” (49).
Hay autores, muy valiosos y reconocidos en la Iglesia, que por vivir en  ella y conocer bien su historia nos sirven de guía cuando analizan el volver a esta novedad del Evangelio y precisamente en este Papa.
Marciano Vidal, teólogo moralista, es uno de ellos. Escribe: “El significado del nuevo papado únicamente se entiende si, para ello, se introduce la clave de lectura del Evangelio. El papa Francisco ha instaurado un papado evangelio-céntrico” Esta es, a mi ver, la más decisiva clave de lectura del fenómeno eclesial del papa Francisco” (Cinco claves de lectura del fenómeno eclesial del papa Francisco, Éxodo, nº 122).
No deja de ser sorprendente que, a estas alturas, muchos pongan en duda la voluntad renovadora de Francisco y la reserven a meras intenciones. Como comenta Marciano Vidal muchas y diversas son las formas históricas que hemos conocido de ejercitar el ministerio petrino: papados romano-céntricos, vaticano-céntricos, curia-céntricos, de valor espiritual y magisterio universal.
Tengo para mí que la gran aportación histórica que traerá –que ya está trayendo– el papa Francisco  es situar el Evangelio  como el eje central  del ministerio petrino. Será –es ya– un papado evangelio-céntrico. Puede ser que la presente generación de católicos no vea la desaparición  del título de jefe de Estado aplicado al papa ni la reestructuración radical del servicio  de las nunciaturas. Pero, la semilla para que advenga esa buena cosecha ha sido lanzada y está ya germinando en la tierra.
Los frutos que sí verá  la generación presente serán, sin duda:
-          La reforma de la Curia romana.
-          Una mayor colegialidad y una representación de las Iglesias (sobre todo, las de América Latina, de Asia y de África) en las responsabilidades eclesiales comunes.
-          La función positiva que tendrá para la causa ecuménica y la relación del cristianismo con las otras religiones.
-          Y, frente a eso, hay que subrayar que la tonalidad evangélica se advierte en toda su actuación.
Esta condición evangélica se amplía también a la renovación global del espíritu. El paradigma cristiano que surgió en la persona y en la actuación de Francisco de Asís parece que ha vuelto a habitar entre nosotros.
Hay, pues, serios motivos  para esperar que haya en el próximo futuro una eclesiología más evangelio-céntrica, una teología pastoral más evangelio-céntrica, una teología espiritual más evangelio-céntrica, una teología moral más evangelio-céntrica” (Ibídem, Éxodo, nº 122).
El efecto multicontagiador del Papa Francisco
¿Por qué el Papa Francisco agrada tanto a la gente? ¿Por qué sus gestos son tan comentados? ¿Por qué sus palabras llegan tan adentro?
No porque sean efecto de una operación de marketing, sino porque expresan autenticidad y cercanía, veracidad y ternura. Su sencillez, frente al recuerdo de tanta parafernalia cortesana ostentosa y ridícula, señala para todos un nuevo camino. El no llega con alardes de grandeza, de  doctrina, de reproche, sino de pastor que llama, conoce, cuida, quiere a todos. El cristianismo es seguir a Jesús, actuar como él, con coherencia y libertad, con amor preferente por los más necesitados y pobres, con entusiasmo y esperanza, con alegría. “El alienta para toda la Iglesia una nueva etapa evangelizadora, llena de fervor y dinamismo” , pues “en quienes siguen a Jesús, la alegría siempre permanece  como un brote de luz que nace de la certeza personal de sentirse  infinitamente amado” .

(*) Benjamín Forcano es teólogo y sacerdote claretiano.

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