BALANCE DE UN AÑO
DE PAPADO
El imprevisible ‘tsunami’
del Papa Francisco
Por Benjamín Forcano *
18/3/2014
Con el papa Francisco hay liberación
y se cumplen las promesas
Llueven, al cabo de un año de ser elegido,
las sumas, balances e interpretaciones del papa Francisco. Unas y otras
proceden de muy diversos lugares y sujetos, pero hay unanimidad en que
Francisco ha abierto, o mejor, ha retomado la primavera interrumpida del
concilio Vaticano II.
Lo han destacado dos lugares y sujetos
importantes: el pueblo y los teólogos, esos teólogos que no entendían su
teología fuera o por encima del pueblo y que les tocó arrostrar no pocas
reprimendas por sentirse pueblo y hacer teología desde y para el pueblo. Sin el
pueblo y sin estos teólogos, artífices en gran parte del concilio, no se
entendería el “fenómeno” del Papa Francisco. Desde antes, mucho antes de su
elección, Francisco estaba siendo pueblo y sintonizaba con la búsqueda de los
teólogos represaliados.
Por donde quiera que se lo mire, el ángulo
de vista de todos es el mismo: volver al Evangelio, poner en primer plano la
vida y el mensaje del Nazareno. Y, a partir de ahí, vendrá todo lo demás.
Lo ha expresado vivamente en su Gaudii Evangelium:
La invitación de encontrarse con Jesús es
para todos. “Todos somos llamados a esta nueva
“salida” misionera, a salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a
todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (pág.20). ”La
comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana
de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario,
y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los
evangelizadores tienen así “olor a oveja” y estas escuchan su voz” (24).
“Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre
nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos” (48 ). “Abandonemos el
cómodo criterio pastoral de “siempre se ha hecho así”. Invito a todos a ser
audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras,
el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades” (33).
Hay que llegar allí a donde se gestan los
nuevos paradigmas.“Las distintas líneas de
pensamiento filosófico, teológico y pastoral, si se dejan armonizar por el
Espíritu en el respeto y el amor, también pueden hacer crecer a la Iglesia, ya
que ayudan a explicitar mejor el riquísimo tesoro de la Palabra” (40).”La
teología en diálogo con otras ciencias y experiencias humanas tiene
gran importancia para pensar cómo hacer llegar la propuesta del
Evangelio a la diversidad de contextos culturales y destinatarios” (133).
“La tarea de los exégetas y teólogos ayuda a “madurar” el juicio de la Iglesia”
(40). “Y los convoco a cumplir este servicio como parte de la misión salvífica
de la Iglesia” (133). Pero, “cabe recordar que todo adoctrinamiento ha de
situarse en la actitud evangelizadora que despierte la adhesión del
corazón con la cercanía, el amor y el testimonio” (42).
Jesús invita a todos a vivir la
revolución de la ternura en la Iglesia-Pueblo de Dios. “Para ser evangelizadores de alma, hace falta desarrollar
el gusto de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de
descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una
pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por el pueblo” (268)
“Jesús mismo es el modelo de esta opción evangelizadora que nos introduce
en el corazón del pueblo. ¡Qué bien nos hace mirarlo cercano a todos!” (269).
“Y puesto que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, hemos de avanzar
hasta logar una conversión pastoral de las estructuras centrales de la Iglesia
universal. Un excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la
Iglesia, y su dinámica misionera” (32). Ahora, “No debe esperarse
del magisterio papal una palabra definitiva o completa sobre
todas las cuestiones que afectan a la Iglesia y al mundo. No es conveniente que
el papa reemplace a los episcopados locales en el discernimiento de todas
las problemáticas que se plantean en sus territorios. Es necesario
avanzar en una saludable descentralización” (16) .
Adrede he traído estos textos porque, junto
a otros muchos, muestran con claridad el “milagro simbiótico”, que pocos
esperaban, entre el Papa, el Pueblo y los teólogos.
El Papa Francisco no es un meteorito caído
del cielo, ni el pueblo una masa de reacciones imprevistas, ni los teólogos
unos pensadores que especulaban sobre las nubes. Entre uno y otros había
una textura secreta, un enlazamiento íntimo de años que se hizo vibración
conjunta cuando el cardenal Jorge Bergoglio apareció en el balcón
de la plaza del Vaticano y dio sus primeras señas de identidad. La
incertidumbre, el escepticismo, la decepción acumulada estaban destinadas a
disolverse en pocas semanas. La liberación era un hecho y la renovación y
las reformas anunciadas una promesa a cumplir.
Este “milagro” dejaba entrever, aunque
atraviese inadvertido para quienes lo miran superficialmente, una realidad
triple que va a sustentar y potenciar el camino emprendido:
-
La realidad de que la
comunidad eclesial había crecido en madurez y conciencia, en asimilación de una
fe más ilustrada y personal, de un pensamiento y acción más autónomos, de una
responsabilidad mayor de participación y derechos democráticos.
-
La realidad de un Papa
que venía de una formación tradicional originaria y sólida,
fraguado en situaciones de desigualdades enormes, de injusticias y
luchas por los más pobres y de estimular una fe y un seguimiento de Jesús que
requerían hondas transformaciones de la Iglesia.
-
Y la realidad de unos
teólogos que habían batallado hasta la extenuación por hacer vivo y liberador
el proyecto del Nazareno: toda teología o es liberadora o no es teología.
Y todo esto quedó paralizado en el
posconcilio.
No había, pues, improvisación sino como
dice el teólogo moralista Marciano Vidal en un magnífico artículo
(Éxodo, nº 122): “ El fenómeno del papa Francisco, sin ser previsible del todo,
tiene la garantía de haber sido deseado y pre-sentido, visto como una liberación
y como la realización de una promesa”.
No sólo ha cambiado la música sino
también la letra
El fenómeno Papa Francisco no todos
lo analizan como se está desenvolviendo, sino que lo desnaturalizan al
pasarlo por el filtro de la propia interpretación. Pesa en ello la rémora de
siglos que acompaña a la Iglesia católica y que, en virtud de ella, lleva a
suponer que es imposible una renovación de su doctrina y estructuras.
Por eso, entiendo que hay quien prejuzgue
la actuación del Papa Francisco como un cambio coyuntural, de externas y
pasajeras modificaciones y no de sustanciales mutaciones. Todo se reduciría a
una operación hábil de marketing, de actos y gestos singulares, con proyección
de un cambio de imagen atractiva, pero que no afectaría en nada a la doctrina y
estructura de la Iglesia.
En mi opinión, ésta y otras
interpretaciones son fruto más de un desengaño enconado o puede que de
una impaciencia pueril que no sitúa y pondera la magnitud y dificultad de
ciertas reformas y que, al no darse de inmediato, se consume en protesta criticona
por una suerte de impotencia insuperable. Son los que casi se alegrarían de que
acabaran en fracaso los sueños renovadores del Papa Francisco.
Personalmente, y tras leer y reflexionar
detenidamente el documento que puede considerarse Programa del Papa
Francisco “Gaudii Evangelium = La Alegría del Evangelio”, no dudo en
afirmar que en él hay un cambio radical de doctrina y también de estructuras,
que precisan de tiempo y espacio para irse implantando.
Pero, al mismo tiempo, pienso que quienes
se muestran reacios a admitirlo, es porque añoran que el Papa Francisco no
vuelva a ser ni actuar como los papas anteriores, con un poder central
absoluto. O ignoran que el Papa ha dado por terminado ese estilo y no está
dispuesto a continuarlo.
“La misión en el corazón del pueblo no es
una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un
momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no
quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra y para eso estoy en este
mundo” (273). “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo”
(27).
Pero hay algo más serio: ni la añoranza ni
la ignorancia sirven de excusa para no aceptar lo que él, con meridiana
claridad, viene afirmando y demostrando: que el nuevo estilo evangelizador es
tarea de todos, no sólo de él, y que sin el empeño y participación de todos, no
es posible la renovación deseada y programada.
Es ahí donde reposa la novedad radical y la
base y condiciones para una nueva evangelización, para un cambio de mentalidad
y para un nuevo modo de estructura y gobierno de la Iglesia.
Quien pretenda encomendar al Papa toda la
responsabilidad, al estilo antiguo, quien no asimile y haga propia la
revolución doctrinal que propone y siga mostrándose pasivo, extraño y poco o
nada comprometido en esta tarea, no se equivoca: permitirá que la Iglesia siga
siendo autoritaria al máximo, clerical, clasista y discriminatoria, prepotente,
acorde con un derecho canónico y unos procedimientos arbitrarios, opuestos a lo
que exige la dignidad y derechos de la persona y los principios
básicos del Evangelio.
Un programa innovador por ser
radicalmente evangélico
No encuentro palabras más elocuentes para
describir la ausencia padecida de este significado innovador que las escritas
por el teólogo José Mª Díez Alegría: “¿Se dio el secuestro de Jesús por
parte de la Iglesia? El secuestro de Jesús ha consistido en quitar de en medio
a Jesús para poner en su lugar a la Iglesia. Lo quitó de en medio la Iglesia,
pero a la operación han ido contribuyendo, a través de la historia, sobre todo
los jerarcas y, en general, los “hombres de iglesia”. De modo que a Jesús lo
tienen los “hombres de iglesia” y hay que ir a ellos para poder llegar a
Jesús. (Que luego, en el fondo, casi no es llegar, porque los hombres de
iglesia están siempre al acecho para decirte que ellos dominan tu relación con
Jesús, y te lo quitan si tú no haces lo que a ellos les dé la gana)…
Ellos mandan. Con ellos hay que entenderse. A ellos hay que obedecer. De lo contrario,
no hay Cristo que te valga, porque ellos son los amos, y Cristo tiene
que estar a lo que ellos digan. Cuando ser cristiano, en último término, es
querer a Jesús, y escuchar la invitación que nos dirige: Tú sígueme”. (In
Memoriam, homenaje de amigos, Nueva Utopía, pp. 59-61).
Secuestro que, hecho de una u otra manera,
hasta puede que de buena muchas veces, está ahí. Al Papa Francisco más que entrar
en la Iglesia le preocupa que la gente llegue a Jesús, lo conozca y
crea en él.
De hecho, eligió como título de su primera Exhortación
La alegría del evangelio. Francisco nos recalca que el mundo actual
experimenta el riesgo de una tristeza individualista, en el que
caen también los creyentes, convirtiéndose en “seres resentidos, quejosos,
sin vida” y que es consecuencia de la opción de una vida cómoda y
avara, clausurada en los propios intereses, sin espacio para los demás y que no
vibra con el entusiasmo de hacer el bien. Esto no responde a lo que Dios
desea de nosotros ni al espíritu que nos ha comunicado en Cristo resucitado.
Nuestra sociedad tecnológica nos brinda
muchas ocasiones de placer y muy escasas para generar alegría. En cambio, para
el Papa Francisco la adhesión a la Persona de Jesús da un nuevo horizonte a la
vida y hace vivir la belleza del gozo con sencillez y desprendimiento.
Poseer esta alegría está al alcance de
todos, basta con encontrarse con Jesús que nos espera con los brazos abiertos,
“Nadie puede quitarnos la dignidad que nos comunica este amor infinito e inquebrantable,
su ternura nunca nos desilusionará, la resurrección de Jesús está ahí para
impedir declararnos muertos”. (Cfr. Gaudii Evangelium, 1-10).
Se entiende entonces que al Papa Francisco
le salgan espontáneas miles de palabras que nos reconducen al Evangelio: “Cada
vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original
del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de
expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado
para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción evangelizadora es
siempre “nueva” (11).
Es la eterna novedad del Evangelio que él,
con sus nuevos caminos y métodos, sus nuevas palabras, formas y signos de
expresión está marcando. ¿Y nosotros qué novedad estamos marcando?
¡Nosotros, los que tanto le observamos y pedimos!
Pocas veces he conseguido poder aplicar a
un Papa las palabras que a éste le aplicaría seguramente el renombrado biblista
Joachim Jeremías: “Jesús invita a su mesa a los publicanos, a los
pecadores, a los marginados, a los reprobados; él llama al gran banquete a las
gentes de los caminos y las lindes (Lc 14,16-24). Cada página del evangelio nos
habla del escándalo, de la agitación, de la inversión de valores que Jesús
provoca llamando precisamente a los pecadores. Continuamente se le pidieron
razones de esta actitud incomprensible y, continuamente, sobre todo por medio
de sus parábolas, Jesús dio la misma respuesta: Dios es así. Dios es el padre
que abre la puerta de la casa al hijo pródigo; Dios es el pastor que se llena
de alegría cuando encuentra la oveja perdida; es el rey que invita a la mesa a
los pobres y mendigos”.
Y el Papa Francisco: “Prefiero una Iglesia
accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una
Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias
seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que
termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Si algo debe
inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia es que tantos hermanos
nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con
Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de
sentido y de vida” (49).
Hay autores, muy valiosos y reconocidos en
la Iglesia, que por vivir en ella y conocer bien su historia nos sirven
de guía cuando analizan el volver a esta novedad del Evangelio y precisamente
en este Papa.
Marciano Vidal, teólogo moralista, es uno
de ellos. Escribe: “El significado del nuevo papado únicamente se entiende si,
para ello, se introduce la clave de lectura del Evangelio. El papa Francisco ha
instaurado un papado evangelio-céntrico” Esta es, a mi ver, la más
decisiva clave de lectura del fenómeno eclesial del papa Francisco” (Cinco
claves de lectura del fenómeno eclesial del papa Francisco, Éxodo, nº 122).
No deja de ser sorprendente que, a estas
alturas, muchos pongan en duda la voluntad renovadora de Francisco y la
reserven a meras intenciones. Como comenta Marciano Vidal muchas y diversas son
las formas históricas que hemos conocido de ejercitar el ministerio petrino:
papados romano-céntricos, vaticano-céntricos, curia-céntricos, de valor
espiritual y magisterio universal.
Tengo para mí que la gran aportación
histórica que traerá –que ya está trayendo– el papa Francisco es situar
el Evangelio como el eje central del ministerio petrino. Será –es
ya– un papado evangelio-céntrico. Puede ser que la presente generación
de católicos no vea la desaparición del título de jefe de Estado aplicado
al papa ni la reestructuración radical del servicio de las
nunciaturas. Pero, la semilla para que advenga esa buena cosecha ha sido
lanzada y está ya germinando en la tierra.
Los frutos que sí verá la generación
presente serán, sin duda:
-
La reforma de la Curia
romana.
-
Una mayor colegialidad y
una representación de las Iglesias (sobre todo, las de América Latina, de Asia
y de África) en las responsabilidades eclesiales comunes.
-
La función positiva que
tendrá para la causa ecuménica y la relación del cristianismo con las otras
religiones.
-
Y, frente a eso, hay que
subrayar que la tonalidad evangélica se advierte en toda su actuación.
Esta condición evangélica se amplía también
a la renovación global del espíritu. El paradigma cristiano que surgió en la
persona y en la actuación de Francisco de Asís parece que ha vuelto a habitar
entre nosotros.
Hay, pues, serios motivos para
esperar que haya en el próximo futuro una eclesiología más evangelio-céntrica,
una teología pastoral más evangelio-céntrica, una teología espiritual más
evangelio-céntrica, una teología moral más evangelio-céntrica” (Ibídem,
Éxodo, nº 122).
El efecto multicontagiador del Papa
Francisco
¿Por qué el Papa Francisco agrada tanto a
la gente? ¿Por qué sus gestos son tan comentados? ¿Por qué sus palabras llegan
tan adentro?
No porque sean efecto de una operación de marketing,
sino porque expresan autenticidad y cercanía, veracidad y ternura. Su
sencillez, frente al recuerdo de tanta parafernalia cortesana ostentosa y
ridícula, señala para todos un nuevo camino. El no llega con alardes de
grandeza, de doctrina, de reproche, sino de pastor que llama, conoce,
cuida, quiere a todos. El cristianismo es seguir a Jesús, actuar como él, con
coherencia y libertad, con amor preferente por los más necesitados y pobres,
con entusiasmo y esperanza, con alegría. “El alienta para toda la Iglesia una
nueva etapa evangelizadora, llena de fervor y dinamismo” , pues “en quienes
siguen a Jesús, la alegría siempre permanece como un brote de luz que
nace de la certeza personal de sentirse infinitamente amado” .
(*) Benjamín Forcano es teólogo y sacerdote claretiano.