lanacion.com | Martes 22 de octubre de 2013 |
Sin dogmas políticos
La fe está por encima de las ideologías
Los gestos del Papa hacia la Teología de la Liberación deben entenderse
como un intento de dar por superados los desencuentros del pasado
Por Roberto Bosca | Para LA
NACION
En el bullente escenario del nuevo pontificado, algunos puntos son
especialmente sensibles y poseen una capacidad de estruendo que provoca una
resonancia de mayor intensidad en la sociedad mediática. Uno de ellos es el de
la Teología de la Liberación, un asunto con olor a pólvora.
El caso es que algunos datos, como la visita del teólogo peruano Gustavo
Gutiérrez -nada menos que el padre de la criatura-, o incluso ciertas
expresiones ("Iglesia de los pobres", "jamás he sido de
derecha") han erizado la piel de integristas, fundamentalistas y tradicionalistas,
pero también la de muchos fieles cristianos de sensibilidad conservadora.
La contraofensiva ha comenzado en las ciudadelas más radicales, como el
lefebvrismo, pero también entre quienes se resisten a abandonar una cultura a
la que han acomodado su propia fe. Las acusaciones de ingenuidad, temeridad,
ambigüedad, imprudencia, sospecha, claudicación, e incluso traición, habrán así
de multiplicarse.
Esta nueva actitud reactiva replica la protagonizada a partir de fin de
los años sesenta por el liberacionismo y su eje común reside en que ambas han
construido una ideología de la fe. El carácter dogmático de la ideología les
confiere un sentido incluso, ocasionalmente, sustitutivo de lo religioso.
En ambos casos a derecha y a izquierda, los elementos culturales han
sido categorizados por encima del dato teológico, introduciendo signos extraños
a la pureza o a la ortodoxia de la misma fe.
La instrumentación de la política mediante una creencia religiosa o,
inversamente, de la creencia religiosa mediante un criterio político constituye
el vicio del clericalismo, frecuentemente padecido por los cristianos a lo
largo de su transitar en la historia, que el papa Francisco ha criticado en más
de una ocasión.
Su antecesor Benedicto agotó su paciencia para llegar a un acuerdo sobre
el significado mismo del Concilio Vaticano II y abrir a la derecha un camino de
reconciliación e incluso de regreso a la Iglesia. Ahora, Francisco invierte el
signo, pero lo hace con la misma función pastoral.
Han transcurrido más de cuatro décadas desde que la Teología de la
Liberación rasgó como un rayo el sereno cielo eclesiástico. Tratándose de un
asunto complejo, no faltaron malentendidos y simplificaciones que suscitaron
situaciones pintorescas, pero también trágicas.
El nuevo cuadro eclesial acredita preguntarse si el Papa no habrá
considerado que, tras casi medio siglo en el que ha pasado mucha agua bajo el
puente, acaso haya llegado la hora de dialogar con el otro, a quien se
consideraba el malo de la película.
En una mirada ideológicamente desprejuiciada y objetiva, la figura de
Jesucristo resiste su ubicación a la derecha o a la izquierda, y no puede
identificarse con una actitud integrista o progresista, sino que en sus dos
brazos abiertos en cruz incluye a todo el género humano.
Con esta nueva instancia inaugurada en la vida de la Iglesia, podría
arribar también un momento de purificación y de integración, y hay motivos para
preguntarse si los cristianos no enfrentan una providencial ocasión histórica
para superar esas categorías que no le han hecho un bien al mensaje del
fundador.
Un diálogo con el otro distinto o el reclamo de una Iglesia despojada de
superfluidades no significa otra cosa que apuntar a lo esencial. Pretender una
actitud ambigua o claudicante en el querer desprenderse de ciertas adherencias
culturales que no representan propiamente la fe, sino que a veces involucran
verdaderas frivolidades (como el color de un par de zapatos), podría constituir
un verdadero error de perspectiva.
Cuando sobrevino el movimientismo revolucionario francés de cuño
liberal, el magisterio eclesiástico condenó su antropología contraria al
concepto de persona tal como lo sustentaba la tradición cristiana, pero con el
paso del tiempo es la misma Iglesia la que ha reconocido como propias sus
intuiciones legítimas, como la libertad, la igualdad y la fraternidad.
¿Se propone ahora Francisco valorar los aportes igualmente legítimos del
socialismo, como confusamente lo intentaron en los años 70 los teólogos de la
liberación? Esta posibilidad hace del momento actual una instancia sugerente.
Si se han de poner los puntos sobre las íes, hay que decir que la
Teología de la Liberación no es un movimiento homogéneo, sino surcado por una
diversidad de elementos muy distintos e incluso opuestos. No hay una Teología
de la Liberación, sino muchas. De ahí que no sea posible trazar un juicio
unívoco sobre ellas.
Pero hay que puntualizar también que la Teología de la Liberación como
tal nunca fue condenada por la Iglesia. En efecto, ninguno de los dos documentos
en los que, a mediados de los años 80, la Santa Sede trató a fondo la cuestión
-con la intervención del entonces cardenal Joseph Ratzinger- consideró tal
posibilidad.
La pura verdad es que el primero de esos documentos sólo puntualizó
algunas objeciones, fundamentalmente sobre la utilización del análisis marxista
(que no tuvo un carácter general), y el segundo confirmó que la liberación, no
sólo la liberación del pecado sino de sus consecuencias temporales, es una
misión esencial de la Iglesia.
De este modo, la descalificación de la Teología de la Liberación que
muchos cristianos realizan en términos absolutos aún en nuestros días debe
explicarse por su ligereza, sus preconceptos o su desconocimiento de la
cuestión, o bien por otorgar a sus opiniones personales un valor superior al
del propio magisterio eclesiástico, sin descartar una lisa y llana mala fe.
Pero eso no es todo. Varios aportes de las corrientes liberacionistas,
luego de depurados sus aspectos ambiguos o inconciliables con la doctrina del
propio magisterio, han sido incorporados a él. Interpretarlos de un modo
simplista como una infiltración de izquierda en la doctrina de la Iglesia
representa un desconocimiento del más puro mensaje evangélico, una
instrumentación ideológica de la fe cristiana, y constituye, en definitiva, una
verdadera falsedad.
Pueden darse varios ejemplos: la opción por los pobres, las estructuras
de pecado, el pecado social, la Iglesia de los pobres, la dimensión política de
la fe e incluso el mismo concepto de teología de la liberación. Todos estos
contenidos teológicos se entroncan con el más puro corazón del auténtico
cristianismo y, ciertamente, ellos estaban ahí presentes, pero gracias a la
Teología de la Liberación se han podido ver con más hondura y claridad.
En la historia del cristianismo las herejías han tenido también un
efecto saludable porque han permitido que asomen aspectos de la fe que no
habían sido advertidos o habían sido olvidados u oscurecidos, y así, el
patrimonio religioso se ve enriquecido: del error surge la virtud.
Hay que reconocer que los cristianos han dado un espectáculo lamentable
cuando en los años 70 se enfrentaron a tiros, matándose unos a otros. Todo eso
ahora ha quedado atrás y el Papa parece querer invitar no sólo a los fieles,
sino también a todos los hombres de buena voluntad a unirse en la construcción
de una sociedad más justa y más humana, sin preguntarles si son de izquierda o
de derecha.
Los cristianos que comparten una misma fe gozan de una legítima libertad
en materia política, por la cual, en el amplio marco de la doctrina social
expresada por el magisterio eclesiástico, pueden elegir distintas opciones
igualmente válidas, todas ellas situadas en diversos lugares identificados
tanto en la izquierda como en la derecha.
Con su nuevo estilo fundamentalmente inclusivo que remueve las
mentalidades farisaicas en la Iglesia, el Papa invita ahora a todos a dejar de
insistir en estas categorías como si fueran absolutos morales, a sacudirse una
pesada carga de rencores, prejuicios y desconfianzas y a comprender que, por
encima de ellas, hay un núcleo fundamental que puede deshacer, si ellos
quieren, cualquier división entre los hombres. Algo muy sencillo de comprender,
pero no tan fácil de vivir.
El Papa ha leído los signos de los tiempos y asume la radicalidad del
mensaje evangélico. Ahora el mundo espera de los cristianos esa misma fidelidad
a su identidad fundamental. Todo un desafío para quienes han asumido la
vocación esencial del cristianismo, que es el lenguaje universal del amor.
© LA NACION.
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