Somos un grupo de laic@s hermanad@s en la Fe Cristiana.

Nos convocó inicialmente la insolente provocación del ex dictador Jorge Videla al reivindicar los crímenes aberrantes del terrorismo de estado, reconocer la complicidad o indiferencia de integrantes de la jerarquía eclesiástica y hacer público su libre acceso al sacramento de la Eucaristía.

Hicimos nuestro firme reclamo a la Conferencia Episcopal y manifestamos nuestra frustración frente a una respuesta que consideramos insuficiente.

Aguardamos aún que se ponga en marcha un nuevo compromiso con la verdad y se enfrente con decisión una cuestión que, por formar parte de su propia historia, es una deuda que reclama una pronta y completa superación. La continuidad del silencio afecta la credibilidad pastoral en el pueblo de Dios.

A partir de entonces hemos decidido darle continuidad a nuestra vocación y compromiso, como modestos protagonistas del proceso de transformación de nuestra Iglesia, recordando cada día los valores evangélicos y esperanzados en el liderazgo del papa Francisco, imploramos la asistencia de Nuestra Señora de Luján, madre y mediadora ante Cristo nuestra Esperanza.

lunes, 2 de septiembre de 2013

LA MUERTE DEL TIRANO


Por Hernán Patiño Mayer. Integrante de Cristianos para el Tercer Milenio.
La muerte casi nunca produce alegría, quizás alivio pero alegría no. Es un suceso que aunque inevitable, nos interpela y desafía con resultado asegurado a su favor. Murió Videla. El más cínico, cobarde y miserable de los asesinos seriales que tiranizaron la patria a partir del inicio del terrorismo de estado, en la agonía democrática de los setenta. Como cristiano hace tiempo que había enterrado el odio con el que supo envenenarme su desquicio moral. Desde su vuelta a la prisión solo esperé en vano un destello de piedad, un gesto que demostrara que el uniforme con que la nación lo había erróneamente distinguido, era algo más que un disfraz con el que ocultaba las más abyectas expresiones de la perversión humana. La muerte de Videla me entristeció. Uno más de los cobardes criminales, seguramente el más emblemático, que violaron sin límites la dignidad de decenas de miles de seres humanos, ingresaba al silencio sin final. Y acá de este lado del misterio quedaban para siempre, miles de madres, abuelas, hijos, familiares, argentinos y extranjeros, a la espera de una respuesta que de su boca nunca llegará.  Sentí una enorme pena por ese silencio que vuelve a herir, a torturar, a profundizar dolores y sufrimientos, a agraviar una vez más a la esperanza. Sentí bronca por su muerte con la que no solo moría él, sino la mínima ilusión de que su crueldad tornara en compasión. Sentí una profunda angustia al pensar que Videla se ha ido regodeándose en su malignidad y embriagado en su perversión. Hasta su última aparición, pocos días atrás, fue una manifestación más de su degenerada soberbia. Descalificó al tribunal con que la democracia lo juzga por aberrantes delitos que negaban todo derecho y dignidad a sus víctimas inermes. Sentí lástima y dolor, por el silencio, la ambigüedad y la complicidad con que la mayoría de la jerarquía de la iglesia argentina de entonces, acompañó al proceso cívico militar que encabezó el asesino muerto. Una lástima y un dolor, solo comparable al respeto y la admiración que me producen aquellos obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y miembros del pueblo de Dios que dieron testimonio de fidelidad evangélica y en muchos casos pagaron con su vida y su libertad la fe en el Redentor. Sigo a la espera de una voz de la jerarquía que con precisión quirúrgica corte cualquier lazo con el pasado horroroso que corporizó entre otros el asesino muerto. Sigo a la espera de que abra su memoria archivada, para ayudar a construir la verdad,  perseguir la justicia y para que la paz que todos queremos no se pretenda construida sobre un cenagal de dudas, incertidumbres y desconfianzas. Porque Videla era creyente, es más, en su delirio nutrido por el fundamentalismo religioso al que adhería y varios alimentaron y predicaron, se creía instrumento de la voluntad divina. Y en nombre de su dios llevó adelante un plan de exterminio meticulosamente planificado y conducido por él. Nunca se arrepintió. Por el contrario, reivindicó la barbarie torturadora y homicida e hizo público reconocimiento a la conducta complaciente de muchos jerarcas religiosos contemporáneos a su tiranía. Pero la fe de Videla nada tenía que ver con el cristianismo, por más que frecuentara sacrílegamente la eucaristía ante la inexplicable pasividad de la jerarquía. Si el dios de Videla existiera, seguramente hoy estaría ardiendo en las llamas del infierno para toda la eternidad. Que el Dios de la infinita misericordia disponga de su alma. Ha muerto un asesino despiadado. No me alegra su muerte, me aterra que alguna vez haya nacido.

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